¿Por qué las flores del malinche son rojas?

by lourdeschamorrocesar

Tamagaz era el hijo del cacique Tamagaz Juri y según disposición de los ancianos de la tribu que habían estudiado las estrellas desde que Tamagaz vino al mundo, la esposa debería poseer ciertas cualidades, no solo físicas, sino también cualidades únicas y gracia revestida de cierta magia embrujante, acorde con la casta de la propia cuna de Tamagaz, ya que sería el cacique de la tribu, cuando su padre desapareciera.

Soche, aunque no era de la cuna misma de Tamagaz, reunía las suficientes cualidades para ser desposada por el partido mas codiciado en toda la región de lo que se llamaría América años mas tarde. Soche, india chorotega muy agraciada, era la admiración de quienes la habían visto crecer. Esbelta, con unas piernas largas que hacían compararla con los pavos reales, de pelo sedoso y a diferencia de todas las demás indias, era ondulado y era su cabello una de las señales que los ancianos del consejo, habían identificado como un mensaje de las estrellas, pues por ser diferente, era de seguro la escogida por los dioses para ser la esposa de Tamagaz. Sus ojos eran otra incógnita, pues en vez de ser achinados y pequeñitos, la redondez y la inmensidad de ellos, invitaban a sumergirse en la profundidad de su mirada, a veces pícara, a veces tímida.

Cuando celebraban las lluvias de mayo, era Soche la escogida para danzarle al fuego y toda la tribu la rodeaba, dejando que su belleza convenciera a las nubes de que el fuego era un buen elemento para decirle a la lluvia cuándo caer y cuándo parar. Y Soche lograba convencer con su danza, no solo a la tribu, sino al mismo fuego y al mismo sol y así desde que Soche era la que danzaba para las lluvias de mayo, las lluvias nunca perdieron esa armonía entre nubes y fuego, entre lo mucho y lo poco. Y fue así que Soche cada año, cada día y cada hora, sin querer, se iba haciendo la favorita para desposar a Tamagaz.

Pero los ancianos no contaban con el corazón de Soche, el cual pertenecía desde siempre a Nayounbue.

Nayoumbue era guerrero fuerte y valiente y desde su nacimiento quedó huérfano. El Lago se desbordó un día, llevándose a la mitad de la tribu que dormía placenteramente. Nayoumbue se salvó de milagro, cuando el mono que era la mascota de su padre, había sido entrenado para cuidarlo. El mono Chongui, sintió algo raro en el ambiente ese día desde temprano y su instinto animal lo hizo hacer lo que muchas veces hacía durante el día: Tomar de la hamaca a Nayoumbue y escalar el malinche que había en la parte de atrás del rancho, entre su rancho y el de Soche, que entonces no había nacido. Así se salvó Nayoumbue de las aguas rebeldes del lago y desde entonces, Chongui era su sombra.

Desde niños, eran inseparables, Nayoumbue y Soche. Y así habían crecido y así la amistad de la infancia se había convertido en admiración mutua y luego en pasión arrebatada. Los padres de Soche adoraban a Nayoumbue, pero en el fondo tenían ambición de un mejor matrimonio para su bella hija. Nayoumbue era también hermoso, pero los padres de Soche sabían de los planes de los ancianos del consejo y así, se pasaban los días, haciendo mil trampas para alargar la unión de Soche y Nayoumbue. Mientras los padres soñaban con planes gloriosos para su Soche, estos, cada noche, se sentaban a la orilla del lago, a tejer sueños e ilusiones. Un romance inocente y puro los envolvía cada día mas y mas.

Llegó el día, donde los ancianos proclamaron una gran celebración en la tribu. Todas las tribus habían sido invitadas a celebrar el renacer de una nueva estrella en el firmamento, que la llamarían Chagualintla; la cual les anunciaba con brillantez, que había llegado el día de escoger esposa para Tamagaz. Había crecido Tamagaz en audacia, valentía y hermosura y aunque eran de diferente estrato social, él y Nayoumbue, eran compañeros de caza, con la condición silenciosa que después de la faena, cada quién tomaba el sendero a su refugio, sin dirigirse siquiera una palabra. Dicen en la tribu, que entre los dos, comenzaba a haber cierta competencia en lo que respecta a la destreza del arco y las flechas, como también de los arpones hechos de punta de pedernal. No se diga ya, en la belleza física de cada quién, que aunque nada tenían en común, sus figuras guerreras y bien formadas, cuando se adentraban en los bosques, dicen que tiraban chispas como de pedernales que se juntan.

Ese día, la tribu se engalanó, las indias todas vestidas de colores vivos, con sus mejores pulseras y collares de jade pálido verde o negro mustio, iban desfilando frente al consejo de ancianos. Aunque de manera oficial no se había dicho el nombre de la escogida, todos esperaban que fuera Soche…Todos, menos Soche y Nayoumbue.

Comenzaron el festejo, con el fuego encendido y las danzas alrededor, los tambores redoblantes anunciaban un nuevo amanecer en la vida de Tamagaz y por consiguiente de la tribu en general; Soche con su danza, traería alegría y prosperidad. El día anterior, los padres de Tamagaz habían visitado los alrededores de la tribu y un descanso bajo el malinche, había sido suficiente para alertar sobre la escogencia de la futura esposa de Tamagaz, a todos los habitantes de la región, especialmente a Nayounbue y a su acompañante, Chongui.

Los invitados y la tribu entera, esperaban el primer redoble de los tambores hechos de conchas de tortuga, cuando la noche dibujara la silueta de Soche. Los padres de Soche, habían convenido llegar primero a la Plaza principal de la tribu, que era una planicie donde hoy es la Iglesia de Guadalupe en Granada. Todo era luz, chispas, retumbo de tambores y alegría enaltecida por la chicha de garrafón que desde hacía un año, los ancianos habían enterrado en jarras de barro, en las arenas del lago, para su fermentación.

Pasó parte de la noche, entre danzas y chicha de garrafón, entre tambores y algarabía. Soche, estaba supuesta a cruzar el trecho entre la Plaza y el malinche que dividía el espacio de su hogar con el de la Plaza, cuando los encargados sonaran el primer cuernazo de cacho de toro.

Su madre la había dejado lista, con una túnica blanca, hecha de manta importada desde lo que hoy es Guatemala, hilvanada con pelo de cabra y un simple adorno de florecitas rojas y amarillas, teñido de colores vegetales, al centro de la parte delantera que bordeaba el cuello en V, que a su vez, acariciaba sus senos. Su pelo, suelto a la brisa de la noche recién asomada, llevaría un toque de jazmines también blancos, para reafirmar su virginidad, la cual era un requisito indispensable al ser entregada al Gran Tamagaz. Sus pies descalzos, serían símbolo de humildad y entrega a su nuevo dueño y sus mejillas, apenas resaltadas con una pizca de achiote molido y desvanecido con agua del mismo lago, le darían un rubor digno de la virgen que debería de ser, al desposar al hijo del cacique.

Los tambores de carey, sostuvieron su primer redoble, suave y sostenido. Todos los presentes, suspendieron su respiración, en espera de la silueta de Soche.  Un silencio absoluto, hizo que Tamagaz se impacientara y que sus ojos buscaran alrededor por su prometida. Sabía Tamagaz del atractivo que existía entre Soche y Nayoumbue, por lo tanto, sus pensamientos se regocijaron en la idea de sacarle ventaja a su siempre rival en caza y pesca. Después de esa noche, donde consumaría la unión, no habría ya importancia de la rivalidad en los bosques o en el lago, lo importante habría sido conquistado y logrado, como era humillarlo en lo que mas puede dolerle al corazón y a la dignidad: Hacer suya a Soche para siempre. Un chasquido de dedos, del anciano Mayor, lo sacó de sus pensamientos y el segundo redoble de tambores se escuchó. Los instantes seguían su marcha silenciosa para adentrarse en la noche. Soche no aparecía por ninguno de los costados de la plaza. Todos comenzaron a inquietarse.

De pronto, Chongui aparece corriendo y Tamagaz lo ve entrar al círculo sagrado del fuego. Chongui comienza a brincar y Tamagaz lo toma de la mano, mientras alrededor todo el universo se somete a un silencio pavoroso. Los padres de Soche, dejan de bailar. Los invitados tiran sus jícaras llenas de chicha de garrafón, los ancianos se paralizan, mientras Tamagaz y su padre el Cacique Tamagas Juris, siguen a Chongui a través de la plaza.

La tribu entera los sigue. En silencio caminan hacia donde Chongui conduce a Tamagaz y a Tamagaz Juri. Al atravesar la Plaza y entrar al corralito que guarda el malinche, un resplandor cegante y rasante, paraliza a los cienes de indios vestidos de gala y embriagados con la mejor de las chichas de aquellos lugares. Soche y Nayoumbue, yacen abrazados a los pies del malinche, cubiertos su bellos cuerpos de brillantes luces. El vestido de Soche ya no es blanco, sino de un rojo sangre subido y encendido. Su amado, pintado de rojo también, la abraza inerte. Todos callan, todo se paraliza, menos el Chongui, que brincando y bailando, le entrega a Tamagaz un cuchillo de punta de pedernal bien labrada.

El Chongui, una vez mas, liberaba de la muerte, esta vez con la misma muerte, a su amado Nayoumbue y esta vez también, le otorgaba el privilegio de vivir eternamente, al lado de su amada, en el mismo árbol que un día le sirvió para salvarlo de las aguas del lago.

Desde ese día, el árbol de malinche florece durante tres meses consecutivos, que son los tres meses que duró el brillo en la aldea, hasta que sus flores fueron reemplazadas por vainas, en forma de cuchillo con punta de pedernal bien labrada…Por eso, la flor del malinche es roja; roja como la sangre que le dió vida al amor eterno de Soche y Nayoumbue….Gracias a Chongui que desde hacía días sentía algo raro en el ambiente… La sangre de sus almas, que pringara como torrente el malinche, lo hizo florecer, teñido de rojo, de ese rojo que solo la sangre pura de un amor puro puede la muerte o la vida teñir.

y desde ese día, las flores del malinche son rojas.

Lourdes Chamorro César. Diciembre de 2010.