LourdesChamorroCésar

La colección de escritos de Lourdes Chamorro César

Month: December, 2011

Ella y el poeta

Abrí una puerta y entré a un mundo mágico. Me encontré de pronto frente a dos personajes maravillosos. Ellos no me veían, pero yo podía escuchar cada frase, cada verso, cada razonamiento, cada historia y cada experiencia, de lo que el Poeta le decía.

Ella, sentada muy distinguidamente en un sillón de brazos grandes, como si éstos quisieran abrazarla y atraparla para retenerla entre nosotros, escucha. Cerca, muy cerca de ella, está el Poeta que le canta, dotado de gran carisma y sabiduría. El Poeta le habla, como si ella pudiera escuchar. ¿Y quién nos dice que no es así?

Me adentro entonces, con mis pies descalzos (me gusta andar descalza) y mi mente despierta, en un camino que a todos nos inquieta, pero que pocos sabemos cómo contarlo a los demás. Solo Ella y el Poeta se entienden, solo ellos hablan, pero todos escuchamos…Yo, escucho absorta, con mis pies descalzos y mi mente despierta.

Recojo imágenes. Algunas llenas de misterio, otras sublimes, otras terrenales que son retazos quizás de algún recuerdo temprano….Inquietudes eternas. Nostalgia de pecados veniales. De pronto, siento una gran curiosidad por descubrir lo que yo quizás crea saber o quizás no, porque me lo habrán tratado de contar alguna vez o porque lo he vivido o porque lo presiento en el fondo de mí misma, desde que yo también, comencé a tratar de responder mil preguntas que no tienen respuesta porque simplemente somos de éste mundo todavía.

Encuentro una mezcla de dos mundos fantásticos, donde no hay fronteras entre lo terreno y lo eterno. Donde el Poeta se deja llevar como una cascada de agua sin rumbo, pero siempre con rumbo cierto y natural. El agua va cayendo, a veces suave, a veces con prisa, como que en éstas palabras, él quisiera encerrar la vida de ella…Su cariño. Y yo, me dejo arrastrar por esa cascada y cayendo poco a poco, me siento parte de ese embrujo entre aquel aquí y aquel allá…Y entonces recuerdo a San Agustín, que no se preocupó en señalar fronteras entre la fe y la razón.

Extasiada por el viaje que El Poeta me ha invitado a disfrutar, sintiéndome sin palabras, perpleja, llego al borde del camino con mi humilde entendimiento. ¡Desorientada y dulcemente aturdida ante tanta simplicidad y a la vez tanta complejidad! Los encuentro todavía sentados, Ella y El Poeta. Ella, sentada muy distinguidamente en un sillón de brazos grandes, como si éstos quisieran abrazarla y atraparla para retenerla entre nosotros. Pero solamente la magia del Poeta, encerrada en su Elegía, es capaz de retenerla, de atraparla, de inmortalizarla aquí, para siempre, para nosotros, los mortales. Y lo logra cantándole, como en una cascada de agua sin rumbo, pero siempre con rumbo cierto y natural.

Y mientras vago por los versos de ésta Elegía fantástica y mientras me deleito en el recuerdo de Doña Cristina, un trozo de un poema, POETA, me hiciste recordar. Unos versos de Rainer Marie Rilke, que se los he pedido prestados hoy, Poeta, para decirte de otra manera lo que me has hecho sentir:

Esta es la nostalgia: habitar en la onda

Y no tener patria en el tiempo.

Y éstos son los deseos: quedos diálogos

De las horas cotidianas con la eternidad.

 

Lourdes Chamorro César

Nicaragua, 15 de febrero de 2010.

Cajas de lágrimas vacías

Era un 28 de diciembre. Tenía yo ocho años y vivía con mi abuelita y mis nueve hermanos y hermanas, pues mi mamá murió cuando yo nací podría decir. Mi papá se iba toda la semana a trabajar fuera de la ciudad y llegaba solamente los fines de semana.

Ese 28 de diciembre, desde muy tempranito mis hermanos y yo, planeamos con mucho cuidado, las bromas que durante el día usaríamos para vacilar a quien se nos pusiera enfrente. Teníamos una apuesta a ver quién sería capaz de engañar más y a más personas y algo extra para la originalidad. Andábamos en grupo y si uno hacía la broma, los otros observaban y apuntaban.

El premio eran cinco córdobas, que le habíamos robado de peso en peso a mi abuela durante la semana y un córdoba extra por la originalidad.

Nunca imaginé que además de ganarme los seis córdobas solamente para mí, ganaría también un triste recuerdo y un sentido de culpa que me perseguiría por muchos años. Hoy, después de mas de 40 años, llevo en mí aquella experiencia de ese 28 de diciembre, cuando Don Aniceto, el jardinero descalzo, callado, humilde y confiado, aceptó con una gran sonrisa un regalo con empaque atractivo, adornado con un moño rojo sangre brillante que yo le ofrecí. Nunca olvidaré cómo su sonrisa, se transformó en una mueca acompañada de una casi invisible lágrima, cuando al abrir el regalo, encontró que la caja estaba vacía y antes de que pudiera arrepentirme, yo misma me escuché diciendo: ¡Pasó por inocente!

Años después, en un funeral, pero muchos años después, aquella caja vacía con empaque atractivo, que hizo aparecer una casi invisible lágrima en el rostro de aquel hombre humilde y confiado, volvió a mi memoria de esta manera:

Hace poco, me encontraba en La Parroquia de la Asunción de Masaya en la misa del entierro de un ser muy cercano a mí. Murió en los Estados Unidos, por consiguiente, el ataúd era diferente a los de Nicaragua. Podría describirlo como muy flamante. Era gris, con remaches plateados; un brillo tenue se desprendía del ataúd, por los efectos de los últimos rayos del sol que se filtraban por las ventanas. Daba la impresión que el ataúd era mas grande y mas ancho que los que estamos acostumbrados a ver.

Sumergida en mi dolor y para no enseñar mis ojos aguados por la emoción del momento, los escondí detrás de mis anteojos oscuros. No me di cuenta que tres niñitas humildes, haraposas y bastante sucias, se entrometieron prácticamente en mi banca para curiosear. Yo estaba sentada en la esquina, dando a una ventana, por lo tanto era cómodo para ellas ubicarse ahí, cerca de la ventana y cerca del ataúd.

A la hora del Padrenuestro, una de las niñas me tomó de la mano para rezar y las otras tres, hicieron lo mismo hasta que formamos una cadena. Me emocioné más todavía. Volví a ver a la niña y a través de mis anteojos oscuros, le sonreí a manera de aprobación. Al terminar de rezar, ella me guiñó la mano como para decirme algo. Agachándome yo y empinándose ella, me susurró al oído una pregunta tan inverosímil para mí y tan natural para ella, que todavía resuena en mis oídos: ¿Es nuevo ese ataúd? E inmediatamente, como queriéndome salvar de la respuesta, prosiguió: porque en mi casa, ya van cinco que se entierran con la misma caja y ya está viejita…

Como si la pregunta hubiera activado un botón para retroceder una película antígua, mi memoria revolvió los recuerdos, retrocediendo en el tiempo como una máquina automática deseosa de reparar algún error de antaño. Me encontré con Don Aniceto abriendo aquella caja de empaque atractivo que yo le diera un 28 de diciembre hacía tanto, tanto tiempo. Mis ojos se humedecieron aún mas detrás de los anteojos oscuros; solamente yo lo supe y en medio de tanta emoción encontrada, pude distinguir mi oportunidad.

Le pregunté a la niña dónde vivía y al día siguiente, con mi carga preciada de víveres, juguetes y un ataúd nuevo, me dirigí con el chófer a Monimbó, en busca de la niña: de la esquina con la casa de adobe -me había explicado- donde siempre hay dos perros bullangueros amarrados, siga dos cuadras palante y en la segunda cuadra, de “La Remendona“, dos casas mas para allá es mi casa, rumbo al cementerio. Usted verá, Doñita, un palo de jícaro requete cargado de semillas y como mi abuelita que nos cuida, hace jícaras, pues también verá jícaras en la entrada de la casa.

…Tan tan (golpeo), buenas tardes. No había terminado de golpear la varanda de madera que protegía la ventecita de jícaras recién grabadas, cuando una voz me responde: Adelante ¿Desea comprar jícaras? ¿Cuántas quiere? No, no -le digo- sí, sí, deme una docena…pero…vengo porque me encontré ayer con su nietecita en la Parroquia…La mujer, mas o menos de mi edad, me queda viendo, como que en ella también hubiera una máquina del tiempo. Pensé que así debió de haber sido mi expresión el día anterior, cuando la mía me hizo retroceder tantos años. La mujer, me queda viendo y lentamente, como movida por una fuerza extraña, me pregunta, al mismo tiempo que me toma las dos manos entre las suyas: ¡¡¡¡Hola, niñita Mariita de la Urden!!!! ¿No se acuerda de mí? Soy la Chentita…que llegaba a su casa de su abuelita con mi papá Aniceto. Un zumbido lejano invadió mi entendimiento y me encontré dentro de mis recuerdos, jugando con la Chentita en el patio de atrás de mi casa en Granada, especialmente aquel día de Los Inocentes, donde también su carita se llenó de tristeza…

Han pasado ya dos años…

La niña, su nietecita, cada vez que las visito, me toma de la mano y me lleva al patio de atrás de su casita humilde, para enseñarme con orgullo aquella caja vacía, que cuelga muy flamante del alero. La Chenta sacude todos los días el polvo que acaricia la superficie del ataúd, que sigue en espera de un nuevo usuario. Yo, sigo recordando a Aniceto y aquella caja vacía con un moño rojo, que un día hace ya muchos años, le sacó una casi invisible lágrima.

Lourdes Chamorro César

S. XX

A veces, tan solo a veces

A veces quisiera ser como las nubes
que con el soplo del viento
cambian de figura;
de rostro de mujer
pasan a peces
y de peces a pájaros,
aeroplano,
o roca dura.

A veces quisiera ser como la espuma
que al roce del aliento
desaparece de las manos;
dejando entre los dedos
invisibles gotas,
de lo que en un instante fue
sin dejar rastros.

A veces quisiera ser como la arena
que soporta el peso de cualquier pisada
y luego indiferente
y sin darse cuenta,
deja que las aguas
borren de su rostro
el paso de la historia,
en las huellas marcada.

A veces, tan solo a veces
quisiera ser  nube, espuma o arena.

Lourdes Chamorro César.
17 de octubre de 2011.

Lo que entierro junto a los grillos

Recuerdo como la lluvia
hacía estragos en los barcos de papel,
como quemábamos puentes de sueños
con un rayo de sol en un espejo
y los grillos cantando debajo de las piedras.
Recuerdo como los pies descalzos
pintaban huellas en la arena.

Un reloj que no marcaba el tiempo
y una ventana abierta para asomarnos al cielo.

Recuerdo los baúles y roperos
que guardaban desde siempre cosas viejas
y el frescor de las flores en invierno.
El golpe de una puerta
que de un sueño nos despierta
y una luz aliviando nuestros miedos.

Y aquellos juegos infantiles
que pronto se tornaron crueles,
dejando heridas en el alma
y un cariño que se aferra al pecho.

Hoy el reloj marca lento el tiempo
y al asomarme a mi ventana
todavía  veo el cielo.

¿Y los recuerdos tristes?
Al caer a mis pies vencidos,
junto a los grillos
y su necio canto,
bajo las piedras
yacen enterrados.

Lourdes Chamorro César
Casares de Nicaragua, 20 de julio del 2011.

Añoranzas

Cómo no añorar los días de infancia,
donde barcos de papel,
el sol atrapado en un espejo
y los indios y vaqueros
destruyendo inclementes
el florido jardín
de nuestra casa solariega,
nos hacían disfrutar
cada verano y cada invierno
sin treguas, sin miedos,
sin barreras.

El más grande pecado
era un mal pensamiento
que nos hacía correr
a confesar nuestras dulces
e inocentes penas,
al compás del viento.

Cómo olvidar los días de juventud,
cuando bajo la luna
frente a una fogata,
en la costa de algún mar
jugábamos a la botella
para así podernos besar.

Y nuevas angustias
recién estrenadas
y la nostalgia de nostalgias blancas
de nuevo nos llevaba
a confesar aquellos dulces castigos
de besos de monja,
de cantos, mariposas,
poemas y danzas
de travesuras locas;
y las mil y un ansias
que en nuestro pecho,
en silencio, florecían
como florecen las rosas.

Recuerdos intactos
de días ya idos,
de juegos de infancia,
de luchas sin fin.
¡Cómo los recuerdo
y cómo me asaltan!
Me pintan sonrisas;
y de ternura, lágrimas.
Y entre el recuerdo,
inolvidables rostros
que guardo en mi pecho.
¡Cómo no guardarlos!
Son parte de mí.

¡Sonríe el alma!

Lourdes Chamorro César.
Managua, 22 de noviembre de 2010.

Vuelen, vuelen, vuelen…

Alas heredadas,
que a volar aprendieron.
Aunque solos ya vuelen,
con distintos rumbos
y por motivos diferentes,
la nostalgia del nido
y el mundo ya pequeño,
hacen que las distancias
parezcan puentes
que achican mares,
montañas,
praderas.
Y así surcando cielos,
cruzando mil fronteras,
de vez en vez
se llena el nido
como en los tiempos idos.

Una, dos, tres cuatro y cinco,
cada quien con su acontecer
dentro del pecho.
Cada uno con su destino,
con su portafolio
y sueños,
van poco a poco
multiplicando bendiciones
de más ángeles hermosos
con alas heredadas
de la herencia de sus alas,
que al desprenderse,
también del cielo,
siembran el alma de gozo.
Iluminan la existencia.

Mas a pesar de la nostalgia
que cada despedida deja,
en una cueva cercana
para que se escuche en eco,
a pulmón sabio les digo:
Vuelen, vuelen, vuelen.

Vuela mi niña, vuela.
Vuelen muchachos, vuelen.
Con prudencia, pero vuelen.
Y nunca  al volar olviden
aquel calor del nido,
donde siempre el fuego de la hoguera
mantendremos encendido.

Lourdes Chamorro César.
Managua, 19 de septiembre de 2011

La Lupe y la pérdida parcial de mi inocencia.

Me crié bajo los cuidos de mi abuela y las empleadas. En aquella época se acostumbraba adoptar una HIJA DE CASA, ya sea pariente de alguna de las empleadas, o proveniente de las haciendas. Su trabajo era “entretener” a las niñas: jugar con ellas, peinarlas o hacerles mandados; a cambio, iban al colegio y aprendían los oficios de la casa; especialmente en el caso de la Lupe, era su trabajo mas importante el de poner la mesa.

La Lupe era de mi edad: diez años. No se llamaba Lupe, sino Lourdes como yo. Sin embargo, le pusieron Lupe pues decían que muchas Lourdes en la casa, no podía ser. Le cambiaron su nombre. Sentí algo raro dentro de mí, pues a mí me gustaba mas el nombre que las dos llevábamos desde la Pila del Bautismo. Sin embargo, la Lupe no se alteró para nada y yo, en agradecimiento porque me dejó a mí el privilegio de llevar el propio nombre que recibí en la Pila Bautismal, la hice mi mejor amiga dentro de mi propia casa. Era un secreto entre nosotras, entre la Lourdes que era la Lourdes y la Lourdes que desde que llegó a mi casa, era la Lupe.

Nos hicimos inseparables, mas llegó con la Lupe la pérdida parcial de mi inocencia. Me enseñó la Lupe a ponerme un fríjol en el ombligo sostenido por una cinta adhesiva para que me diera fiebre. Aprendí que los hijos no nacen de los senos. Aprendí que El Niño Dios no era el que ponía los juguetes. Aprendí a esconderle los anteojos a la Mimi para cuando ella los buscara, fuera yo quien los encontrara. Aprendí a caminar descalza, así no se dieran cuenta que escuchaba muchos secretos detrás de alguna puerta. También aprendí con la Lupe y de la Lupe a hacerme morados en las piernas, para llamar la atención y así me sobaran con zepol y con cariño. Aprendí a ponerme muchos fustanes debajo de la falda, para que la tajona de la Mimi no me alcanzara la piel. Me enseñó la Lupe a subirme a los palos para cuando quisiera escaparme del mundo. Me enseñó a cantar las canciones de Peñaranda y su Conjunto y a bailar sobre el planchador, para deleite de todas las empleadas del patio de atrás. Pero sobre todo, con la Lupe saboreé por primera vez en mi vida el gusto al dinero.

La Lupe ponía la mesa y a decir verdad, no era su actividad favorita. Un día me pidió que la pusiera yo y que a cambio me daría cinco córdobas. Lo hice a escondidas y fue tan buena la experiencia, que todos los días me pagaba la Lupe para que yo hiciera lo mismo. Era tan bueno tener dinero para compartir y poder comprar todos los libros y juguetes de la Librería Cristina Morales, que mi abuela misma se sorprendía de lo temprano que estaba la mesa puesta.

Un día, mi hermana mayor, encontró a la Lupe cerrando uno de los roperos de luna de mi abuela. Tenía en su mano izquierda cinco córdobas. Entonces comprendí por qué la Lupe me enseñó muchas cosas, pero nunca me enseñó a abrir el ropero de mi abuela. Desde ese día la Lupe desapareció de mi casa. Años después supe que murió de parto a los quince años.

A mí me mandaron a confesar con el Padre Morales. Eran tantos los pecados, que hice lo que la Lupe también me había enseñado; dije unos dos o tres de los menos graves y después, con mi vocecita solamente ya medio inocente, le dije al Padre que me perdonara todos mis pecados OLVIDADOS POR CONVENIENCIA. Hoy, creo que el Padre comprendió, pues todavía siento un ruidito en mis recuerdos, que con el tiempo descifré que era una carcajada contenida, proveniente de la ventanita de aquel oscuro confesionario. Desde entonces supe también que no existen por aparte el bien y el mal, sino que los llevamos por dentro, hasta que aparece una Lupe. Quizás la Lupe tuvo a una Lupe en su vida también, aunque hoy creo que no era mala, solamente traviesa. Era también “cool“ la Lupe. Siempre la recuerdo, quizás porque con ella llegó la pérdida parcial de mi inocencia.

Lourdes Chamorro César. S. XX.

Roce de alas

¿Cómo te llamas? Pregunté.
No importa el nombre, respondiste.

¿Eres un ángel?
Por qué lo dices, me dijiste.

Porque los ángeles
así aparecen, de repente,
sin anunciarse,
sin hacer ruido.

Solamente se asoman
y por el roce de sus alas
sentimos su presencia
y se nos va del alma el frío.

Lourdes Chamorro César.
Miami, 27 de octubre de 2011.

Hermanas

Peleábamos día y noche
y  mechas de cabello
entre los dedos quedaban
cuando de tirones nos dábamos
hasta hacernos llorar.

Y al ser yo  menos delgada
sus camisas estiraba
y ella me arañaba
y yo la pellizcaba
y entonces la Mimi
mandaba a la Teresa
a llamar al Padre Morales
Para que Agua Bendita nos echara
pues según los parámetros
de la disciplina educada
estábamos quizás endiabladas.

Dicen los recuerdos
que en sus manos casi muero
aquel día que el anillo
de mi amado escondió
por venganza y castigo
de su blusa arruinada
y al saberme ofendida
y ultrajada
como una fiera enjaulada
contra ella me lancé
con las claras intenciones
de arrebatarle el tesoro
y ella más veloz y avispada
una percha de madera
en mi garganta cruzó
y entre pared y percha
sucumbieron mis pulmones
y al yacer yo desmayada
ella, asustada
el anillo devolvió.

Y de repente crecimos
y dejamos de ser niñas
y nos casamos
y vinieron los hijos
y el amor y la distancia
y la vida
a apreciar nos enseñó
todo aquello que es valioso
aún los tristes recuerdos
porque es gran dicha en este mundo
el compartir con la hermana
aún recuerdos viejos
de viejos pleitos sufridos
y que a la memoria llegan
cuando hoy
volvemos a vivir
con una copa de vino
y a la lumbre de una vela.

Pellizcos y arañazos
que ahora son caricias
que traen suave brisa
de aquellos tiempos idos
que secan nuestras lágrimas
que nos acercan las almas
que nos pintan sonrisas
y nos besan y abrazan…

Lourdes Chamorro César.
Nicaragua, 8 de agosto del 2011.

Desde mi tierra a tu cielo

Nueve años ya vividos,
y la orfandad de mis hermanos
me enseñó a ser madre.
Mi brazos inexpertos y frágiles
no eran sus brazos,
mi regazo, no era su regazo,
ni mi perfume exhalaba su aroma.

Hoy mamá, yo te celebro
desde mi tierra a tu cielo.
Quiero evocar las memorias,
despojada de mis miedos.

¿Qué recuerdo de ti, Madre?

Sí, la tersura de tus manos,
el olor exquisito de tu abrazo
en aquella mi noche febril
que como ave desvalida yo temblaba.
El arrullo de tus brazos,
El roce de tu pecho
en mi cabello ondulado,
la frazada protectora
y aquel dulce beso
que en mi frente plasmaste.

Tu falda llena de flores,
a los caprichos del viento.
Una visita al Santísimo
en la dicha de aquella tarde
que escogiste mi compañía.
Y luego marcando el paso
con tus livianas sandalias,
caminamos por el parque;
un saludo a tu amigo Cristo,
el sabor de una leche malteada.

Recuerdo tu vientre lleno de vida
tres veces más,
después de haberme dado la mía.

De los rayos de la Virgen Milagrosa,
recuerdo sus destellos
guardados entre tus sedas,
esperando celebrar su día
y yo, cuando abría la gaveta, escondida,
sentía que había descubierto
un pedazo de algún cielo.

Recuerdo el chinelazo
que me tiraste aquella tarde,
porque alguna travesura
habría logrado hacer
y al escapar del castigo,
como una gacela,
tu chinela alcanzó
suavemente mi espalda.
¡En qué deliciosa caricia
he convertido ese lance!

Tu vientre ya delgado
visualizo,
cuando ya entre tus brazos,
dormían tomando turno
mis hermanos.

Saltan mis recuerdos
al compás de los nacimientos
y encuentro la estampa
que grabó en mí,
tu última imagen:

La procesión fúnebre
contigo de princesa,
bella, serena, sonriente, dormida,
con las mejores galas vestida,
para decirme adiós.

Mamá, por eso y más,
a mi manera, hoy te celebro
desde mi tierra a tu cielo.

Lourdes Chamorro César.
30 de mayo de 2010