Justa injusticia

Que venga la mar,
que levante sus olas,
que revienten contra rocas centenarias
y que me arrastren al río.

Ahí, en la ola,
encontraré mi verdad.
Ahí, en el río,
que Dios haga justicia.
Ahí, en las rocas,
que se estrellen las piedras.

Porque solamente el Cielo
conoce de la corriente de los ríos,
del rugir del mar,
de los tesoros violentados
y de aquellos que,
aún contra rocas estrellados,
encierran compunción.

Porque la moneda de dos caras
habrá cobrado su mitad,
doblando su valor
a tres mil veces diez mil,
pagando así deudas
de generaciones por venir.

¿Acaso estoy libre de pesares para tirar piedras?
¿Acaso por ello es Poncio Pilatos mi salvador?

Ah, Vírgenes Prudentes.
¿Por qué no compartieron
un poco de su aceite?
No, no es egoísmo,
es prudencia.
Años ha, me dijeron.

Y llegó la ola
fuerte, salvaje, cruel,
sigilosa, despiadada y rabiosa,
estrellando los residuos
de lámpara contra rocas,
arrastrando verdades a los ríos.
Y así, simple y complicada,
prevaleció la injusta justicia.
¿O la justa injusticia de los Cielos?

Así mismo, el Cielo ha cobrado
en valor multiplicado
la medida de la vara
y de todas las monedas
de oro, plata
y bronceadas,
de cualquier valor que fuese
su verdadera cara.

Lourdes Chamorro César.
Nicaragua, 15 de agosto de 2012.