LourdesChamorroCésar

La colección de escritos de Lourdes Chamorro César

Category: Poesia

Roce de alas

¿Cómo te llamas? Pregunté.
No importa el nombre, respondiste.

¿Eres un ángel?
Por qué lo dices, me dijiste.

Porque los ángeles
así aparecen, de repente,
sin anunciarse,
sin hacer ruido.

Solamente se asoman
y por el roce de sus alas
sentimos su presencia
y se nos va del alma el frío.

Lourdes Chamorro César.
Miami, 27 de octubre de 2011.

Hermanas

Peleábamos día y noche
y  mechas de cabello
entre los dedos quedaban
cuando de tirones nos dábamos
hasta hacernos llorar.

Y al ser yo  menos delgada
sus camisas estiraba
y ella me arañaba
y yo la pellizcaba
y entonces la Mimi
mandaba a la Teresa
a llamar al Padre Morales
Para que Agua Bendita nos echara
pues según los parámetros
de la disciplina educada
estábamos quizás endiabladas.

Dicen los recuerdos
que en sus manos casi muero
aquel día que el anillo
de mi amado escondió
por venganza y castigo
de su blusa arruinada
y al saberme ofendida
y ultrajada
como una fiera enjaulada
contra ella me lancé
con las claras intenciones
de arrebatarle el tesoro
y ella más veloz y avispada
una percha de madera
en mi garganta cruzó
y entre pared y percha
sucumbieron mis pulmones
y al yacer yo desmayada
ella, asustada
el anillo devolvió.

Y de repente crecimos
y dejamos de ser niñas
y nos casamos
y vinieron los hijos
y el amor y la distancia
y la vida
a apreciar nos enseñó
todo aquello que es valioso
aún los tristes recuerdos
porque es gran dicha en este mundo
el compartir con la hermana
aún recuerdos viejos
de viejos pleitos sufridos
y que a la memoria llegan
cuando hoy
volvemos a vivir
con una copa de vino
y a la lumbre de una vela.

Pellizcos y arañazos
que ahora son caricias
que traen suave brisa
de aquellos tiempos idos
que secan nuestras lágrimas
que nos acercan las almas
que nos pintan sonrisas
y nos besan y abrazan…

Lourdes Chamorro César.
Nicaragua, 8 de agosto del 2011.

Desde mi tierra a tu cielo

Nueve años ya vividos,
y la orfandad de mis hermanos
me enseñó a ser madre.
Mi brazos inexpertos y frágiles
no eran sus brazos,
mi regazo, no era su regazo,
ni mi perfume exhalaba su aroma.

Hoy mamá, yo te celebro
desde mi tierra a tu cielo.
Quiero evocar las memorias,
despojada de mis miedos.

¿Qué recuerdo de ti, Madre?

Sí, la tersura de tus manos,
el olor exquisito de tu abrazo
en aquella mi noche febril
que como ave desvalida yo temblaba.
El arrullo de tus brazos,
El roce de tu pecho
en mi cabello ondulado,
la frazada protectora
y aquel dulce beso
que en mi frente plasmaste.

Tu falda llena de flores,
a los caprichos del viento.
Una visita al Santísimo
en la dicha de aquella tarde
que escogiste mi compañía.
Y luego marcando el paso
con tus livianas sandalias,
caminamos por el parque;
un saludo a tu amigo Cristo,
el sabor de una leche malteada.

Recuerdo tu vientre lleno de vida
tres veces más,
después de haberme dado la mía.

De los rayos de la Virgen Milagrosa,
recuerdo sus destellos
guardados entre tus sedas,
esperando celebrar su día
y yo, cuando abría la gaveta, escondida,
sentía que había descubierto
un pedazo de algún cielo.

Recuerdo el chinelazo
que me tiraste aquella tarde,
porque alguna travesura
habría logrado hacer
y al escapar del castigo,
como una gacela,
tu chinela alcanzó
suavemente mi espalda.
¡En qué deliciosa caricia
he convertido ese lance!

Tu vientre ya delgado
visualizo,
cuando ya entre tus brazos,
dormían tomando turno
mis hermanos.

Saltan mis recuerdos
al compás de los nacimientos
y encuentro la estampa
que grabó en mí,
tu última imagen:

La procesión fúnebre
contigo de princesa,
bella, serena, sonriente, dormida,
con las mejores galas vestida,
para decirme adiós.

Mamá, por eso y más,
a mi manera, hoy te celebro
desde mi tierra a tu cielo.

Lourdes Chamorro César.
30 de mayo de 2010

 

¿Quién puede decir que no existes, si estás del mar en cada gota?

Oh Mi Dios, que hiciste el día
alumbrado con soles radiantes
y la noche con distintas lunas.

Que pintaste los prados de flores
e invadiste los ríos de peces
y montañas de piedras y riscos
y  pájaros de mil especies.

Y las dunas
y las fieras
y el hombre desnudo
y la vida, virtudes y pesares
y el alma que a veces pesa.

Que tuviste la destreza
de colmar de pasión el amor
y adornaste cada corazón con diamantes
y hierro  forjado
de la espera
de sueños,
de ilusión.

Quién puede decir que no existes,
quién puede negar que ahí estás;
en cada palpitar y suspiro,
en miradas profundas,
en el reír y el llorar.

Pero es en el mar
donde te encuentro.
Imponente, accesible, soberbio,
incansable, indomable,
paciente,  misterioso,
rebelde.

Y te palpo y te descubro
en los destellos grises de la arena,
en las caracolas con su hogar a cuestas,
en las conchas vacías o llenas
y en la sal.

En la ola que fiera revienta
en el vaivén de su danza eterna,
en la disputa del sol y la luna,
en la vida que se arriesga
en el beso de la espuma.

Y no puedo negarte Dios Mío,
cuando el agua me envuelve en su seno,
cuando el viento acaricia mi rostro
y la arena repinta mis huellas.

Es ahí que me inclino
y es ahí que confundo
con la sal de las encrespadas olas,
al atardecer
o al despuntar el alba,
mis lágrimas todas.

¿Quién puede decir que no existes
si estás —del mar— en cada gota?

Lourdes Chamorro César.
Casares de Nicaragua, 25 de abril del 2011.

Omisión

Entre todas la más sencilla,
la más sobria, la más bella.
Al desplegar sus alas
no obstáculo encontraba
y al esconderla el viento entre las nubes,
me hacía creer que se había perdido,
pues de color nube era su atuendo.
Por los tantos embates sufridos
una costura surcaba su centro;
un hilo dorado que un día
al verla herida y destrozada
tomé del costurero de mi abuela
para darle puntadas.
La hacía más bella y
!Así, así más bella danzaba!

Pasó de cerca mi infancia.
Mi palometa triunfante,
asoleada,
desteñida,
remendada,
entre mas puntadas le daba
con aquel hilo dorado
más inquieta lucía,
más dignidad mostraba.

Me empeñé en conservarla
aunque ya competencias no ganara.
Tampoco se perdía como antaño.
¡Inseparable compañera!
¡Mi palometa triunfante,
asoleada,
desteñida,
remendada!
Sobreviviente
de mil embates,
de mil aterrizadas.

Como todo lo que bajo el sol acontece,
viendo pasar de largo mi infancia,
un día nostálgico y sereno
una ráfaga de viento
la arrebató de mis manos.

Así es que lo recuerdo,
porque aunque parezca extraño
recordar alivia el alma:
Ese día caminamos
hasta llegar a la playa
y como todos los días,
la solté libre y confiada.
La vi desafiar la inercia del tiempo
y de cómo con el viento coqueteaba.
Estaba hermosa, iluminada
y acostumbrada ya, a no alejarse.
¡danzando burlesca, burlesca danzaba!

De pronto, una súbita ráfaga
cual ladrón de medianoche
pasó frente a mí como fantasma.
Imperceptible, silenciosa,
la arrebató de mis manos.
Oh desamparo el mío,
la vi alejarse sin dejar rastros.
!Y yo sin poder hacer nada!

Entonces supe de mi olvido.
¡Omisión de tantos años!
Remendaba su vestido
con aquel hilo dorado y
me olvidé que su vida
dependía de una cuerda
fuerte, confiable, segura,
para seguir volando.
No realicé que urgía
darle cuido, hacerle un nudo
o hilarle una puntada.

Nunca más supe de ella,
nunca la vi aterrizar.
¡Con su vestido azul y blanco!
¿Se habrá perdido en las nubes?
¿Acaso descansa en el mar?

Lourdes Chamorro César.
Octubre 27 de 2011.

Alas

Cierro los ojos y
Vuelo.

A veces mis alas me llevan al sol,
a veces corto una estrella,
otras reclaman mi ambición
y a veces no vuelan.

Despierto y
me doy cuenta que no las tengo.

Lourdes Chamorro César

Hilando destinos

Supe de ti
después de muchos años.
Me contagió tu nostalgia,
sentí celos de tu soledad.

Quise acompañarte
con un poco de la mía.
Fue imposible,
no la encuentro,
no la conozco.

¿Qué es la soledad?
¿Dónde la puedo encontrar?

Lourdes Chamorro César.
Managua 10 de enero de 2012

Mi áncora

Soy ambiciosa de la palabra,
loca del espíritu,
rebelde de mi cuna,
soñadora de la ilusión.

Mas tengo un áncora
que es mi equilibrio:
Ancla silenciosa y sabia
cuerda y certera.
Su cuna le alaga,
su mundo no niega.

A ella me cierno,
a ella me inclino,
la admiro,
la cuido
y a ella me debo.

Lourdes Chamorro César.

Escepticismo

Abro mis ojos
y observo
lo que gira a mi alrededor.

Ecuentro huracanes,
agitados volcanes,
maremotos,
guerra entre seres queridos
o que en un tiempo lejano,
alguna vez, se amaron.

Y me pregunto
¿Qué es?
¿Existe el amor?
¿Qué es?
¿Vendrá mi turno, alguna vez?

Lourdes Chamorro César

De cómo mis recuerdos llevaban su aroma

Estalló la revolución
y salimos por veredas,
llevando en el corazón
esperanzas y penas.

Llegamos a la civilización
anónimos y sin rumbo,
sin idioma yo y sin escuela
de los quehaceres del mundo.

A cocinar aprendí,
a lavar y a planchar
y por qué mis niños lloraban
lo aprendí a adivinar.

Extrañaba los aromas
de mi linda Nicaragua
y en busca del recuerdo,
mi sentir los inventaba.

Pasó lento el verano
y al llegar el frío invierno
fue la nieve jamás vista
la que traicionó primero.
Instalada su blancura
y fríamente almacenada
reemplazaba poco a poco
el olor a tierra mojada.

Otra vez llegó el verano
y en un día caluroso,
de un olor ya muy lejano,
los sentidos me alertaron.
En una cava de vinos
la humedad y el encierro
revivieron el recuerdo
del olor a mausoleo.

Y nos llevaba la vida
por otras tierras lejanas…
y más lejana sentía
la propia tierra mía.

Comparé con el malinche
el olor de esbeltos pinos
y las latas de maíz
con los elotes cocidos.
Y el de cocina de leña
con chimeneas de gas.
Y por si fuera poco
la obsesión que tenía,
en un día de lluvia
sentí brisa de mar.

Un día traicioné
los aromas de mi infancia;
tal fue una Navidad
que iglesia no encontraba
y en un centro comercial,
sin la mirra y sin incienso,
el olor muy material
me llegó intenso.

Y el olor a zorro meón
de la hacienda de mi abuela,
donde en mi infancia un zorro meó
en mi mano —¡Hay que pena!—.
Es un olor peculiar,
que es igual en todas partes.
Y sin poder reemplazar
ese olor tan especial,
ese recuerdo se prende
de aquel zorro entrometido,
que sin yo querer y
sin que él sepa
hasta a Bruselas ha ido.

Y pasé por el D.F., por España
y por Holanda, Alemania
y Gran Bretaña.
Y algo del Medio Oriente.
Y aunque verdad no parezca
y en cierto modo se sientan
esos aromas muy míos,
distantes y muy cerca
estaban y no estaban,
en esas lejanías.

Del marañón las semillas
que entre las brasas ardían,
no lo encontraba en las latas
de cacahuetes que abría.

El de la brisa de mar,
el de pan recién horneado,
el de rancho de paja,
el de ganado,
el de chayul de mi lago,
el de mango y el jocote,
el de empolvadas veredas,
y alamedas de coco…

Y si no poco me invade
la ansiedad que por mi tierra
guardo en mí,
un aroma
que similitud no encuentra,
sí por mucho no por poco
a un recuerdo lleva.

El aroma que en mí vive
del campesino en domingo,
de sus ropas secadas
con el sol y humo de leña,
es un olor que combina
un chelín de brillantina
con zepol y leche cruda,
el trabajo y la espera.

Y mujeres campesinas
muy de fiesta engalanadas,
con su falda almidonada
y en sus trenzas una flor,
llevan ellas un olor
de dignidad guardada
que jamás yo haya sentido
ni en el frío o el calor.

Y así ha pasado el tiempo,
a veces largo, a veces lento.
Ya los hijos se han graduado,
ya no hay revolución.
Y al regresar a mi tierra,
el recuerdo le devuelvo
de aquéllos sus aromas
que llevé muy adentro.
Y entonces hago mío
el olor de libertad.

Lourdes Chamorro César.
St Louis, Mo. 1990