Las matemáticas y un sueño de infancia

by lourdeschamorrocesar

Sabiendo que los hijos y nietos nos visitarían pronto, una noche ya medio dormida, se me ocurrió una idea brillante: construir una casita de muñecas en mi patio de atrás para ellos. La casita de muñecas que nunca tuve.

Me  levanté al día siguiente muy temprano – una mañana de aquellos amaneceres de mayo – con una ilusión de esas que parecen un estreno de Semana Santa; ilusión de niña como si la casita fuera para mi. Llamé al carpintero y mandé a mi conductor a recogerlo. La prisa me embargaba y la adrenalina se desbordaba impaciente.

“¿De qué tamaño la quiere?” me pregunta Will, el carpintero. “Vamos al patio”, le digo, “te voy a enseñar de qué tamaño la quiero”.  Salimos y me dirigí al palo de aguacate que hace unos años sembré en el costado derecho de la terraza. Me posiciono, abro los brazos y le digo: la quiero de este tamaño, desde aquí, hasta aquí. Will saca su cinta métrica y mide; le tengo que ayudar porque queda corta con respecto a mis medidas. Anota en un papel los números y cuando termina, me queda viendo y me dice: Señora ¿sabe usted lo que es una casita de muñecas de 4×4?  “¿Es muy grande, entonces?” le pregunto…“bueno”, me dice, “es el tamaño del cuarto donde dormirá su nieta Vanessa”. “Umm, tiene usted razón”,  le digo, “pero son seis nietos, más los nietos de mis vecinos y además los que vendrán después; la quiero grandecita”.  El carpintero se fue con las medidas y quedó de llegar al día siguiente con el presupuesto.

Pasó lento el día y mi esposo, por la noche -al regresar del trabajo- me pregunta si ya mandé a construir la casita de muñecas (ya todos saben el entusiasmo que me embarga con ese proyecto). “Ya vino Will y ya todo está caminando, mañana me trae el presupuesto”,  le digo. “¿Y de qué tamaño?”, me pregunta. “De 4×4″. “¿Qué? eso es inmenso”, me responde. “Pero son seis nietos,” le digo, “y los que vendrán”.  “Vanessa ya tiene 14 años”,  me dice “y no jugará en la casita”,  “pero la va a visitar”,  le respondo. “Gabriela tiene seis meses y Andrea tres,  así que no jugarán por lo menos en los próximos dos años…entonces quieres esa casita tan grande para Enriquito, Ceci y Lilita’’ -y se queda pensando, para proseguir con sus argumentos-  “y Enriquito preferirá jugar a los piratas con sus primitos, entonces solamente para Ceci y Lilita; creo que la deberías de hacer un poco más pequeña”.

Sintiendo que una vez más mis alas están siendo recortadas y acostumbrada a resistir el desencanto de ese trunque de alas, me acomodo en la silla, lo quedo viendo y le respondo: esperemos el presupuesto,  si sale muy alto, entonces le recortaré un metro. En eso quedamos y al día siguiente llegó el carpintero Will con el presupuesto y el sketch de mi flamante casita de muñecas.

Dos mil dólares, me dice Will. “¿Qué? no Will, no estoy loca”. “Señora, le dije que la madera está cara y que es demasiado grande; cada metro cuesta dinero”.  “Entonces, déjame pensarlo”, e inmediatamente le pregunto: Will, si le recorto un metro, baja el costo ¿verdad?” “Por supuesto que si, señora; y le haría el ajuste”. “Ok Will, mañana te aviso, pués la quiero para el 31 de mayo”.

Esa noche, le cuento a mi esposo lo del presupuesto. “Ya la pensé”,  le digo,  “tal vez le recorte un metro, pero no creo que valga la pena, porque son cuatro metros y si divido cuatro entre 2.000, lo que me ahorro son 500 dólares y por 500 dólares, mejor la hago de cuatro metros ¿Qué dices tu?” Le pregunto. Mi esposo se carcajea y me dice: no, no es un metro, es casi la mitad; acuérdate que son metros cuadrados…son 16 metros cuadrados contra nueve metros cuadrados”.  Incrédula y maravillada, no me queda más que interrumpirlo: ¡Caramba! ahora entiendo por qué te gusta tanto las matemáticas, es mágica; de un solo romplón, con solo quitarle un metro a la casita, las matemáticas me ahorran un montón de plata…¡no lo puedo creer!

Y así, entre pequeños y deliciosos argumentos familiares, risas y medidas tras medidas, sumando y restando, fue cómo la casita de muñecas de mis sueños de infancia, fue erigida majestuosamente bajo la sombra de mi palo de aguacate. Su nombre: LA ESCUELITA; así Enriquito también puede jugar en ella. Sus medidas exactas: 4×4. Porque aunque las matemáticas me ahorraban dinero, las medidas que en mis sueños se incrustaron en mis brazos abiertos, no me dejaron razonar matemáticamente.

Además, una sublime y traviesa rebeldía restringida y adormecida por años, sintió su momento bajo el sol de florecer. Ese tipo de rebeldía que no le hace daño a nadie…y es que mis alas se negaron rotundamente a ser recortadas, porque las matemáticas no tienen nada que ver con esos hermosos sueños que se sueñan desde la temprana infancia.

Lourdes Chamorro César

22 de agosto del 2012