LourdesChamorroCésar

La colección de escritos de Lourdes Chamorro César

Category: Poesia

El fotógtafo y el ángel

Vistiendo la mejor de sus sonrisas,
tostada por el sol de los caminos
llegó la niña curiosa, sin prisas,
dejando huellas, cambiando el destino.

Un ojo experto capturó sus ojos,
un click extraño atrapó su arete,
una sonrisa le robó la suya,
así el artista la plasmó por siempre.

Era de tarde ¿Sabes su nombre?
Mabel se llama, dice el artista.
Es bella, brilla, ella no es pobre.
Es de mi pueblo, dulce y arisca.

¡Sus ojos miel, su piel de cobre!
Hacen del ángel, pureza rica.

Lourdes Chamorro César.

Nicaragua, 10 de abril de 2010

Abu Dhabi y la lámpara mágica

«¿Cuentos quieres, niña bella? Tengo muchos que contar». (La cabeza del Rawi). —Rubén Darío—

Traigo cuentos, traigo historias
salpicadas de sal, de arena
y de glorias.

Un caracol y una concha,
de las dunas su calor,
un perfume sin igual,
dátiles y negra abaya
y un trozo del azul
de las noches de Arabia
que su luna me ha prestado
para poderles contar.

Era un lugar yermo,
pobre y olvidado,
donde con seis camellos
los beduinos viajaban,
tomando turno en sus lomos,
atravesando desiertos
en busca de ese sueño,
para un día escribir
una mágica y digna historia.

Cien palmeras rodeaban la tribu.
De piel de camellos,
o pelos de cabra,
sus casas forradas.
Esposas y niños
en larga espera sufriendo,
mientras ellos
en la mar o el desierto
morían,
en busca de perlas,
de granos y agua.

Era un día nublado y frío,
cosa rara por aquellos lados
y como siempre
algunos hombres valientes,
con la aurora al mar se adentraron
a buscar esas perlas de oriente,
y poder mercadear
negras telas, los granos, las frutas
y un poco de bisutería
a través del Medio Oriente.

Muchas lunas y estrellas pasaron,
tormentas y candentes soles,
oraciones al cielo quedaron
en la arena y el agua embargadas.

Esta vez, los valientes no regresaron.
Dice, de entonces, la historia,
que el Golfo de Arabia cobraba
con vidas,
las Perlas de Bahréin
que bien los hindúes lucían.

Fue así que Zayed, hombre fuerte,
jefe,
padre y esposo,
dijo: ¡NO!
No más vidas
no más trueques.
Dame Alláh, un poco de suerte
y alivio para esta mi gente.

Otras lunas pasaron de largo
y los soles secaban el llanto.
Los camellos seguían llevando
siempre en turnos y cansados,
pocas perlas, poco canto
a través de los desiertos
a beduinos arropados y descalzos.

Era un día que este hombre,
dicen los cuentos de antaño,
bajo lumbre de tímida luna
sintió el roce de un metal extraño,
cuando bajo una palmera
aquella noche,
—como cada noche—
se postró a orar y a bordar
la visión de su propio sueño.

Inclinando su cuerpo cansado,
desentierra el objeto encontrado:
una lámpara casi oxidada
por la arena, la sal
y los años.
Sale a flote y entre sus manos
la sacude, la observa
y extrañado,
a su pecho la acerca;
y al rozarla,
aquel genio —por siglos atrapado—
salta y ríe a carcajadas.

Y Zayed,
perplejo pregunta: ¿Quién eres
y cómo ahí has entrado?

Aladino le cuenta su historia
de cómo, hace siglos pasados,
encontróse la lámpara,
la magia, la concesión de deseos
y la traición de aquel genio
que inmisericorde lo atrapa
a cambio de libertad.

Eres tú Zayed, Aladino;
yo, el genio que traigo regalos,
pide tres que poderes yo tengo
y lo que pidas
te será otorgado.

Tres deseos me quedan todavía,
precio tienen, yo lo pagué.
Mas si quieres seguir liderando
deja uno guardado
para el próximo soñador.

Quedas libre, Zayed, quedas libre.
Y yo, en la magia de ese oscuro encierro
quedaré muy contento esperando.

Dos deseos serán suficiente,
a mi gente le debo refugio,
alimentos, camellos
y vidas y un poco de esperanza
de saberlos unidos, triunfantes
y que siempre haya luz en sus almas.

Aladino sonríe, lo abraza
y le dice: te concedo un futuro radiante
para esta tu tierra olvidada.
Oro negro brotará de su arena
y riqueza infinita tendrás.
Rascacielos definirán tu horizonte
y la Mesquita más hermosa
tu nombre llevará.

Será este destino famoso
bajo el sol de este mundo
y de otros y otros más.
Y la unión de hermanos
de Arabia
bajo tu nombre tendrá lugar.
No habrán perlas, ni camellos,
y bajo una misma bandera
La libertad ondeará.

Y así fue cómo Zayed,
al amanecer,
le contó a su gente
lo que había sucedido.
Y toda la tribu
se arrodilló en la arena
para agradecerle a Alláh.

Y estando yo sentada,
bajo una palmera,
en mi viaje a Abu Dhabi,
agachando mi cuerpo cansado
por el calor infernal
de aquel mágico lugar,
sentí el roce de un extraño metal.
Desenterré el objeto encontrado y
una lámpara casi oxidada
por la arena, la sal
y los años,
sale a flote y entre mis manos
la sacudo, la observo
y extrañada, a mi pecho la acerco
y al rozarla
aquel genio —por siglos atrapado—
salta y ríe a carcajadas.

Un deseo me queda, me dice;
un precio tienes que pagar.

Bajo el sol que acaricia las dunas
y las aguas
del inmenso mar,
bajo el cielo estrellado de Arabia,
Aladino tiene que esperar.

Un deseo y un precio
preciso.
Ten paciencia me dijo al dudar.
Anda y piensa
y pregunta
y regresa
cuando tengas que regresar…

Abu Dhabi, 22 de agosto de 2010.

La historia de Kareemah y Mukhtar

«¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece todos los párpados!» (De Las mil noches y una noche).

Bordeado de palmeras
verdes y más verdes
y un muro tapando
su simple desnudez,
pude imaginarlo;
Inerte, silencioso,
en espera de mi imagen
que jamás pudo ver.

Un viejo bien viejo,
por el sol tostado
y adornado de surcos su rostro,
de blanco vestido
y de cuadros su tapado,
sandalias abiertas,
ojos cansados,
espera a diaro
en el umbral de una puerta
de ese espacio amurallado.

Es viejo y sabio.
Nos ve la mirada frustrada y ansiosa,
muy pronto sabe que no somos de ahí.

En un inglés mal pronunciado,
nos reza el horario.
¡todo tiene horario!
El sol, la luna, el cielo, las dunas,
también el oasis.
Mañana tal vez.

Es viernes, prohibido
y es Ramadán.
Vengo de muy lejos
y nunca un oasis he mirado
—le digo—
tampoco el oasis me ha mirado a mí.
Déjame entrar, que nadie lo sepa,
me asomo,
un reflejo,
la foto,
el recuerdo,
y luego me voy.
Un gracias te dejo,
déjame apreciarlo,
que por eso estoy aquí.

No puedo, dice el viejo,
es profano;
Alláh que se enoja
y pierdo mi plaza,
muchos años llevo
contando historias y
en vez de una foto,
te cuento una a ti.

De oídos alerta,
ansiosa y curiosa,
yo soy toda audiencia
déjame escuchar.
¿Qué historias me cuentas?
¡De dónde salieron!
¿Son ciertas,
tragedias
o leyendas sin igual?

Érase una vez
dice el viejo,
una princesa
de gracia llena,
de lunas vestida,
de sol su corona
y el manto del cielo,
con huecos de estrellas
que guiaban sus huellas
entre dunas,
entre mares,
bajo el cielo.

Era entre todas
la mas hermosa
y un pobre beduino
se prendó de ella.

Ni que adquieras perlas
la podrás desposar,
le dijo el padre
que la cuidaba
como se cuidan los camellos,
como se cuida la mar,
las palmeras y
de cada día el despertar.

En tiempos ya idos
antes de Scherezade,
era esta musulmana
de ojos de tierno mirar.
De color aceituna,
pura, esbelta,
casta, traviesa,
bailarina y muy arisca,
para con ella soñar.

De amores escondidos
con Mukthar el camellero,
en éste rincón se veían
a tientas, a ciegas,
—me dice el viejo—
bajo este mismo sol,
bajo este mismo cielo.

Era puro su amor
de ilusión revestido,
de mil soles pintado
en sus almas
de jóvenes
apasionados.

Su padre un día,
de llevarla al reino precisa,
donde sofisticadas princesas
y muchachas más sencillas
dejarían sus cabezas
a cambio de una noche.
Noche que hiciera posible
borrar del Sultán
la tragedia que su esposa
le infringió con su traición.

Era el Sultán vengativo y
rencoroso.
Y quiso así desquitarse
de mujeres, de vírgenes,
de inocentes musulmanas,
de beduinas alegres
y almas pudorosas.

Muchas lunas y soles
le fueron concedidos
a Kareemah la bella
para despedirse del camellero Mukthar.

Y fueron las noches y fueron los días
antes de su partida que,
entre besos y lágrimas
de amores prohibidos,
a éste oasis
hicieron brotar.

Kareemah se iba
para nunca regresar.

Todos sabían
la suerte que espera
cuando se asoma
el refulgente sol:
¡La muerte segura!
Ninguna se salva
y todos esperan
que lleven a otra,
hasta que una de ellas
les libere la muerte,
con mágico embrujo,
con alguna historia.

Fue triste su suerte,
la suerte de Kareemah,
pues ella no pudo
convencer al Sultán,
que ya no siguiera
con esa venganza,
que eran ellas
mujeres amadas
por hombres humildes
o reyes igual.

Y un día antes de Scherezade
el reino pregona:
Kareemah está muerta,
quiero otra mujer y
que sea virgen y musulmana.

Mukhtar el camellero,
muriose de amor,
muriose de espera.

Sembró Mukthar en su nombre,
las palmeras
que hoy ves aquí.
Las aguas son lágrimas
de aquella doncella
que fue arrebatada
con furia y
soberbia,
para ser entregada
al rico Sultán
a cambio de nada.

Y miles y miles
de mujeres bellas,
humildes doncellas
y ricas también,
de grandes estirpes,
descalzas, calzadas,
hicieron posible
historias,
oasis,
tragedias sin fin.
Y entre ellas,
La bella Kareemah
que amaba a Mukhtar.

Al día siguiente
de la muerte de Kareemah,
llegó Sherezade
con ingenio, gracia
y mil historias que contar.
Y por mil noches y una noche
burló, con astucia,
la soberbia del Sultán.

No más me precises
que soy camellero
igual que Mukthar;
soy abuelo de su abuelo
y nieto del abuelo de su abuelo
hasta nunca acabar.

Yo sé lo que cuento
y sé lo que sufro
cuando siempre cuento
lo que te acabo de contar.

Ya tostado por el sol
y adornado de surcos su rostro,
de blanco vestido
y de cuadros su tapado,
sandalias abiertas,
ojos cansados,
espera un viejo bien viejo
en el umbral de la puerta
de ese espacio amurallado:

El oasis de Kareemah la bella
Y Mukthar el camellero.

Lourdes Chamorro César
Abu Dhabi, 4 de septiembre de 2010.

Con mis pies descalzos

Regreso hoy
de donde me fui un día.
Dejo atrás el mar con sus olas que rompen
con furia contra rocas centenarias
y ahora sé que no dejan de ser agua
solo por llamarse olas.

Llego hoy
de donde me fui un día.
Guardo los espejismos del desierto,
donde he reflejado sin acierto
la soledad y el silencio
que no dejan de ser desiertos
solo por llamarse dunas.

Y vengo,
y regreso
de donde me fui un día
al creer que de la inmensidad
de un cielo gris escaparía.
Mas hoy sé que no deja de ser cielo
por existir noches oscuras o
por faltarle al mismo cosmos alguna estrella.

Despojada de mi altivez,
de mis razonamientos,
de mi angustia,
de mi sin razón los ímpetus,
de mis destellos ciegos
y caminatas largas y sin rumbo,
con mis pies descalzos y mojados,
cansados de retener mil pasos
y mi alma bien calzada,
revestida de corazas,
de recobrada valentía y mil abrazos,
me acerco a mi ventana
para sentir de nuevo en mi existencia
la brillante luz de un nuevo sol.

Lourdes Chamorro César
Casares de Nicaragua, 18 de septiembre de 2010.

Océano y río

Tú, mi océano.

Y un sepulcral silencio,
soledad y nostalgia,
una copa de vino
con canción y esperanza,
una pluma y un deseo,
son el río de mi alma.

Lourdes Chamorro César
Nicaragua, 1 de octubre de 2010.

¿Puedes decirme señora si has visto hoy a mi madre?

¿Puedes decirme, señora
si has visto hoy a mi madre?

En el cielo ella reside
desde hace mucho tiempo
¿Puedes llevarle un beso
y un pedazo de mi alma?

Llévale en mi nombre,
serenata o un concierto.

Cuéntale de este afán,
de  alegrías, sufrimientos.
También llévale un abrazo
y mi  agradecimiento.

Risas y alfajores
y un poco de incienso.

Y de paso señora,
de paso, entrégale en sus manos,
estos versos.

Dime Señor si peco
hoy por ella preguntar,
porque siempre me pregunto
si está bien allá en el cielo
que con tanta fe imagino
y tanta ilusión espero.
Y cada vez que el alma siente
a una madre volar,
mando con ella un verso
aunque sea en pensamiento.

Pues no hay entendimiento
mas seguro ni mas cierto,
que un mensaje mano a mano
de alma a alma y cielo a cielo,
que sucede en ese encuentro
de una madre que a Tí va
y la mía  que allá espera.

Lourdes Chamorro César
4 de febrero de 2011.

A veces, tan solo a veces

A veces quisiera ser como las nubes
que con el soplo del viento
cambian de figura;
de rostro de mujer
pasan a peces
y de peces a pájaros,
aeroplano,
o roca dura.

A veces quisiera ser como la espuma
que al roce del aliento
desaparece de las manos;
dejando entre los dedos
invisibles gotas,
de lo que en un instante fue
sin dejar rastros.

A veces quisiera ser como la arena
que soporta el peso de cualquier pisada
y luego indiferente
y sin darse cuenta,
deja que las aguas
borren de su rostro
el paso de la historia,
en las huellas marcada.

A veces, tan solo a veces
quisiera ser  nube, espuma o arena.

Lourdes Chamorro César.
17 de octubre de 2011.

Lo que entierro junto a los grillos

Recuerdo como la lluvia
hacía estragos en los barcos de papel,
como quemábamos puentes de sueños
con un rayo de sol en un espejo
y los grillos cantando debajo de las piedras.
Recuerdo como los pies descalzos
pintaban huellas en la arena.

Un reloj que no marcaba el tiempo
y una ventana abierta para asomarnos al cielo.

Recuerdo los baúles y roperos
que guardaban desde siempre cosas viejas
y el frescor de las flores en invierno.
El golpe de una puerta
que de un sueño nos despierta
y una luz aliviando nuestros miedos.

Y aquellos juegos infantiles
que pronto se tornaron crueles,
dejando heridas en el alma
y un cariño que se aferra al pecho.

Hoy el reloj marca lento el tiempo
y al asomarme a mi ventana
todavía  veo el cielo.

¿Y los recuerdos tristes?
Al caer a mis pies vencidos,
junto a los grillos
y su necio canto,
bajo las piedras
yacen enterrados.

Lourdes Chamorro César
Casares de Nicaragua, 20 de julio del 2011.

Añoranzas

Cómo no añorar los días de infancia,
donde barcos de papel,
el sol atrapado en un espejo
y los indios y vaqueros
destruyendo inclementes
el florido jardín
de nuestra casa solariega,
nos hacían disfrutar
cada verano y cada invierno
sin treguas, sin miedos,
sin barreras.

El más grande pecado
era un mal pensamiento
que nos hacía correr
a confesar nuestras dulces
e inocentes penas,
al compás del viento.

Cómo olvidar los días de juventud,
cuando bajo la luna
frente a una fogata,
en la costa de algún mar
jugábamos a la botella
para así podernos besar.

Y nuevas angustias
recién estrenadas
y la nostalgia de nostalgias blancas
de nuevo nos llevaba
a confesar aquellos dulces castigos
de besos de monja,
de cantos, mariposas,
poemas y danzas
de travesuras locas;
y las mil y un ansias
que en nuestro pecho,
en silencio, florecían
como florecen las rosas.

Recuerdos intactos
de días ya idos,
de juegos de infancia,
de luchas sin fin.
¡Cómo los recuerdo
y cómo me asaltan!
Me pintan sonrisas;
y de ternura, lágrimas.
Y entre el recuerdo,
inolvidables rostros
que guardo en mi pecho.
¡Cómo no guardarlos!
Son parte de mí.

¡Sonríe el alma!

Lourdes Chamorro César.
Managua, 22 de noviembre de 2010.

Vuelen, vuelen, vuelen…

Alas heredadas,
que a volar aprendieron.
Aunque solos ya vuelen,
con distintos rumbos
y por motivos diferentes,
la nostalgia del nido
y el mundo ya pequeño,
hacen que las distancias
parezcan puentes
que achican mares,
montañas,
praderas.
Y así surcando cielos,
cruzando mil fronteras,
de vez en vez
se llena el nido
como en los tiempos idos.

Una, dos, tres cuatro y cinco,
cada quien con su acontecer
dentro del pecho.
Cada uno con su destino,
con su portafolio
y sueños,
van poco a poco
multiplicando bendiciones
de más ángeles hermosos
con alas heredadas
de la herencia de sus alas,
que al desprenderse,
también del cielo,
siembran el alma de gozo.
Iluminan la existencia.

Mas a pesar de la nostalgia
que cada despedida deja,
en una cueva cercana
para que se escuche en eco,
a pulmón sabio les digo:
Vuelen, vuelen, vuelen.

Vuela mi niña, vuela.
Vuelen muchachos, vuelen.
Con prudencia, pero vuelen.
Y nunca  al volar olviden
aquel calor del nido,
donde siempre el fuego de la hoguera
mantendremos encendido.

Lourdes Chamorro César.
Managua, 19 de septiembre de 2011