De cómo los marshmallows me hicieron ceder las primeras mariposas de mi existencia

Mis queridos friends del Cafetín Bohemio:

Me piden que escriba una carta de amor. Sin embargo, he decidido escribirles a ustedes y compartir éste recuerdo, que es sobre mi primera illusión y de cómo los marshmallows me hicieron ceder las primeras mariposas que aparecieron en mi estómago. Un amor platónico, que solamente existió en mi.

Ya no sé si fue real o inventada. Sin embargo, si la encontré en el baúl de mis secretos, debe de haber existido aunque quizás solamente en mi. Haciendo ciertos cambios, como el de haber pintado de otros colores los dos pares de ojos, hoy la he escogido para compartirla con ustedes, pensando que ya está escrito en muchas cartas, tantas expresiones de amor o de desamor. Alguna coincidencia con la existencia de cualquier par de ojos azules o verdes, es pura casualidad.

Esto es lo que encontré:

Recuerdo que de niña, cuando ibamos a las Primeras Comuniones, nos daban un platito empacado preciosamente. Era quizás el desayuno que debíamos de saborear en el mismo instante de la fiestecita. Pero yo lo guardaba para llevárselo a mis hermanos y compartirlo con mis nanas. Recuerdo que en ese plato, había un pudincito del Condor, un pastelito de carne, un sandwich rectangular que era el de queso y el triangular era de jamón o mortadela. Una espumilla, un chocolate traído de los United, el cual era el símbolo de que en Granada nos estábamos agringando elegantemente y unos marshmallows blancos que nunca pude imaginarme cómo a alguien le pudieran gustar.

La estampita de recuerdo, siempre la colocaban debajo del pudín así que se impregnaba de mantequilla. Tampoco pude comprender nunca el por qué no la colocaban debajo del chocolate o de la espumilla, sin embargo, al llegar a la casa, le echaba talco del de la Mimi, que recuerdo olía a viejita Linda. Así, llena de talco, la guardaba en mi cajita hermética, donde guardaba todos mis tesoros.

Al llegar a mi casa, eufórica con mi plato lleno de golosinas y repostería dominguera, lo único que faltaba en el plato eran los marshmallows. Me los había comido todos, así salvaba a alguien de  ese sabor tan espantoso. Eran los marshmallows, lo único que comía, pero por razones que nadie hubiera podido comprender. Como resultado, me dí la fama de que me encantaban los marshmallows y el día de mi Santo, siempre me regalaban una bolsa inmensa de ellos.

Empiezo con ésta anécdota de mi niñez, porque es muy válida para comprender lo que voy a contar. Dicho sea, que no sé si heredé el espíritu de ceder lo mejor de todo, o es que las monjas me inculcaron muchas buenas intenciones que a la larga, solamente me sirvieron para enredarme el gusto y la fama. Lo que sí sé es que con ese espíritu, viví mi vida primera, hasta que se arraigó profundamente y ya era tarde luego para arrancarme el mal gusto y la buena fama.

Así crecí, comiendo marshamallows que no me gustaban y compartiendo golosinas domingueras que a decir verdad, me moría por probarlas. Sin embargo, a cambio de comerme lo que no me gustaba y de no probar lo que me gustaba, conocí la alegría de compartir y de dar lo que realmente me costaba. Ahí entonces, encontré mi recompensa.

Mi casa era el punto de reunion del vecindario. Un día, llegaron a la casa los amigos de mis hermanos como solía siempre suceder. Eran nuestros vecinos que prácticamente vivían en mi casa jugando baseball, rayuela o trompo. Yo tenía por ese tiempo unos doce años y mi hermana unos once. Todavía no nos habíamos hecho mujeres. Estábamos acostumbradas a que mi casa se llenara de chavalos y a todos los veíamos como hermanos, pues los conocíamos desde que nacimos junto con sus hermanos y hermanas.

Pero ese día fue diferente. Aparecieron mis vecinos con dos primos. Eran de Managua, al menos habían crecido en Managua, aunque sus familias eran de Granada. Mi  hermana y yo, nos quedamos estáticas de admiración, al ver a los primos de nuestros vecinos-amigos-hermanos. Uno con  pelo liso, sus ojos azules y nariz como de esos dioses griegos que había estudiado en la Mitología debajo de mi cama y el otro, pelo rizado, ojos verdes, un poco mas bajo que su hermano, pero también podría decir que me recordaba a algún héroe de la misma Mitología. Eran nuevos a mi vista y por primera vez en mi vida, aparecía ante mis ojos, algún prospecto que no fuera el vecino con cara de hermano. Fue ese día, cuando supe que mariposas pueden revolotear dentro de un estómago. Las primeras mariposas de mi existencia, las sentí ese día. Los vimos entrar y aunque ellos no nos vieron, nosotras nos supimos atrapadas. Corrimos a escondernos. Yo me sentía como la Eva del Paraíso y tenía que esconder mis sensaciones, mi emoción y mi rostro sonrojado. Mi hermana me siguió y logramos escondernos en el cuarto de  la Mimi, que tenía unos grandes espejos de luna y por ahí podríamos espiarlos, sin peligro de que nos descubrieran.

En nuestro escondiste, comenzamos a descifrar cuál de los dos era el mío y cual el de ella. Encontramos un grave problema, pues a las dos nos gustaba el de ojos azules y nariz de dios griego. Mi hermana insistía que ella lo había visto primero y yo insistía en que yo era mayor que ella y el de ojos azules era el mas grande porque se veía mas alto, por consiguiente, a mí me tocaba el mayor por ser mayor. No sé cuántos minutos, u horas o días o veranos habremos pasado soñando y esperando a que aparecieran de nuevo en mi casa aquellos ojos y decidiendo qué par de ojos eran los de ella y cuales los míos. Lo que sí sé es que recordé los marshmallows de las Primeras Comuniones y recordé que ceder siempre la mejor golosina, me daba resultados satisfactorios, además que no conocía el otro lado de esa actitud. Una vez mas en la vida, el enredo que tenía en el gusto y la fama, me hicieron comerme los marshmallows que no me gustaban para nada.Y como mi hermana insistía que el de ojos azules la había mirado a ella primero que a mi, pues quedamos en que el de ojos verdes era el mío y el de  ojos azules el de ella. Fue muy duro en aquel entonces, ceder mi ilusión, pero los marshmallows y su sabor, me ayudaron a aplacar aquellas mariposas intrusas e imprudentes. Sin embargo pensé que, en mis sueños podría soñar diferente y ella ni cuenta se daría. Y así fue. Soñé y soñé, hasta que el sueño se esfumó, porque otros ojos, cuando ya me hice mujer, me miraron y me atraparon para siempre.

Esta es la historia de cómo los marshmallows influyeron en mi decision de ceder una ilusión detrás de una puerta y de cómo esas mariposas se fueron acallando, hasta que otras, por una nueva ilusión, aparecieron para quedarse.

Pasó el tiempo…muchos veranos pasaron y siempre mi hermana y yo, recordamos con cariño, aquella repartición de ojos que hicimos un día detrás de una puerta, sin que los dueños de esos ojos pudieran siquiera imaginarlo. Sin que los marshmallows o los que los inventaron, pudieran saber la gran trascendencia que tuvieron en mi interior al no gustarme.

Hoy, ya en nuestro otoño, por cosas del destino o del mismo Dios, esos ojos azules que un día le cedi a  mi hermana, se me presentan tan cerca de mi alma, como las gotas de rocío que apenas humedecen el pasto por las mañanas…ni el pasto reclama al rocío, ni el rocío pregunta si puede humedecerlo…los encuentro tan cerca y a la vez tan lejos, como el tiempo que ha pasado y que hoy parece que nunca pasó…

Hoy abro mi cajita donde guardo mis tesoros mas preciados, junto a las estampitas embadurnadas de mantequilla y cubiertas luego de talco de la Mimi…recojo las palabras que se me atropellan y afino mi pluma para regalarles este recuerdo: Un sueño de mi niñez, que le doy Gracias a Diosito que hoy puedo compartirlo, así gocemos de esta historia de unos ojos azules que nunca me miraron.

Lourdes Chamorro César.
Mayo de 2010.