Desvarío
Era de tarde. La lluvia a cántaros caía, como si el cielo tuviera un inmenso hueco. Quise abrir el paraguas y recordé que no lo traía. Corrí a guarecerme en un alero de cualquier casa, para darle al hueco tiempo a cerrarse.
Tenía frio. El agua traspasaba mi piel, como si la piel, de un colador se tratase. Me acerqué más al refugio del alero y aunque una gotera, una tras otra las gotas despachaba directo a mi cabeza, era mejor que el torrencial aguacero.
La blusa totalmente empapada, se había convertido, por arte casi de magia en parte de mi piel. Sentí que mis sandalias eran arrastradas por la corriente de agua que a mis pies danzaba. Deduje por las insistentes y multiplicadas gotas, que ya el alero poco resistiría.
Era de tarde. Se hacía tarde. La lluvia arreciaba y yo, muerta de frío, empapada y sin saber qué hacer, pensé que sería mejor correr y correr. “No, no puedo ver…todo está oscuro, perdí la noción del norte, no sabría dónde ir, mejor me acurruco en el alero, aunque me muera de frío…”
De pronto el alero resistió. Así fue que vi la luz del día: era un túnel largo y brillante, que al final del recorrido, alguien me esperaba con un abrigo. Tendió su mano, hasta alcanzar la mía. Me abrazó a la vez que de mis hombros, colgaba el abrigo y ahí me sentí bien, ya no tuve frío…
Arrecosté mi cabeza en su pecho y al momento desperté.
Lourdes Chamorro César
Nicaragua, 12 de enero de 2012