La historia de Kareemah y Mukhtar
by lourdeschamorrocesar
«¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece todos los párpados!» (De Las mil noches y una noche).
Bordeado de palmeras
verdes y más verdes
y un muro tapando
su simple desnudez,
pude imaginarlo;
Inerte, silencioso,
en espera de mi imagen
que jamás pudo ver.
Un viejo bien viejo,
por el sol tostado
y adornado de surcos su rostro,
de blanco vestido
y de cuadros su tapado,
sandalias abiertas,
ojos cansados,
espera a diaro
en el umbral de una puerta
de ese espacio amurallado.
Es viejo y sabio.
Nos ve la mirada frustrada y ansiosa,
muy pronto sabe que no somos de ahí.
En un inglés mal pronunciado,
nos reza el horario.
¡todo tiene horario!
El sol, la luna, el cielo, las dunas,
también el oasis.
Mañana tal vez.
Es viernes, prohibido
y es Ramadán.
Vengo de muy lejos
y nunca un oasis he mirado
—le digo—
tampoco el oasis me ha mirado a mí.
Déjame entrar, que nadie lo sepa,
me asomo,
un reflejo,
la foto,
el recuerdo,
y luego me voy.
Un gracias te dejo,
déjame apreciarlo,
que por eso estoy aquí.
No puedo, dice el viejo,
es profano;
Alláh que se enoja
y pierdo mi plaza,
muchos años llevo
contando historias y
en vez de una foto,
te cuento una a ti.
De oídos alerta,
ansiosa y curiosa,
yo soy toda audiencia
déjame escuchar.
¿Qué historias me cuentas?
¡De dónde salieron!
¿Son ciertas,
tragedias
o leyendas sin igual?
Érase una vez
dice el viejo,
una princesa
de gracia llena,
de lunas vestida,
de sol su corona
y el manto del cielo,
con huecos de estrellas
que guiaban sus huellas
entre dunas,
entre mares,
bajo el cielo.
Era entre todas
la mas hermosa
y un pobre beduino
se prendó de ella.
Ni que adquieras perlas
la podrás desposar,
le dijo el padre
que la cuidaba
como se cuidan los camellos,
como se cuida la mar,
las palmeras y
de cada día el despertar.
En tiempos ya idos
antes de Scherezade,
era esta musulmana
de ojos de tierno mirar.
De color aceituna,
pura, esbelta,
casta, traviesa,
bailarina y muy arisca,
para con ella soñar.
De amores escondidos
con Mukthar el camellero,
en éste rincón se veían
a tientas, a ciegas,
—me dice el viejo—
bajo este mismo sol,
bajo este mismo cielo.
Era puro su amor
de ilusión revestido,
de mil soles pintado
en sus almas
de jóvenes
apasionados.
Su padre un día,
de llevarla al reino precisa,
donde sofisticadas princesas
y muchachas más sencillas
dejarían sus cabezas
a cambio de una noche.
Noche que hiciera posible
borrar del Sultán
la tragedia que su esposa
le infringió con su traición.
Era el Sultán vengativo y
rencoroso.
Y quiso así desquitarse
de mujeres, de vírgenes,
de inocentes musulmanas,
de beduinas alegres
y almas pudorosas.
Muchas lunas y soles
le fueron concedidos
a Kareemah la bella
para despedirse del camellero Mukthar.
Y fueron las noches y fueron los días
antes de su partida que,
entre besos y lágrimas
de amores prohibidos,
a éste oasis
hicieron brotar.
Kareemah se iba
para nunca regresar.
Todos sabían
la suerte que espera
cuando se asoma
el refulgente sol:
¡La muerte segura!
Ninguna se salva
y todos esperan
que lleven a otra,
hasta que una de ellas
les libere la muerte,
con mágico embrujo,
con alguna historia.
Fue triste su suerte,
la suerte de Kareemah,
pues ella no pudo
convencer al Sultán,
que ya no siguiera
con esa venganza,
que eran ellas
mujeres amadas
por hombres humildes
o reyes igual.
Y un día antes de Scherezade
el reino pregona:
Kareemah está muerta,
quiero otra mujer y
que sea virgen y musulmana.
Mukhtar el camellero,
muriose de amor,
muriose de espera.
Sembró Mukthar en su nombre,
las palmeras
que hoy ves aquí.
Las aguas son lágrimas
de aquella doncella
que fue arrebatada
con furia y
soberbia,
para ser entregada
al rico Sultán
a cambio de nada.
Y miles y miles
de mujeres bellas,
humildes doncellas
y ricas también,
de grandes estirpes,
descalzas, calzadas,
hicieron posible
historias,
oasis,
tragedias sin fin.
Y entre ellas,
La bella Kareemah
que amaba a Mukhtar.
Al día siguiente
de la muerte de Kareemah,
llegó Sherezade
con ingenio, gracia
y mil historias que contar.
Y por mil noches y una noche
burló, con astucia,
la soberbia del Sultán.
No más me precises
que soy camellero
igual que Mukthar;
soy abuelo de su abuelo
y nieto del abuelo de su abuelo
hasta nunca acabar.
Yo sé lo que cuento
y sé lo que sufro
cuando siempre cuento
lo que te acabo de contar.
Ya tostado por el sol
y adornado de surcos su rostro,
de blanco vestido
y de cuadros su tapado,
sandalias abiertas,
ojos cansados,
espera un viejo bien viejo
en el umbral de la puerta
de ese espacio amurallado:
El oasis de Kareemah la bella
Y Mukthar el camellero.
Lourdes Chamorro César
Abu Dhabi, 4 de septiembre de 2010.