Abu Dhabi y la lámpara mágica
by lourdeschamorrocesar
«¿Cuentos quieres, niña bella? Tengo muchos que contar». (La cabeza del Rawi). —Rubén Darío—
Traigo cuentos, traigo historias
salpicadas de sal, de arena
y de glorias.
Un caracol y una concha,
de las dunas su calor,
un perfume sin igual,
dátiles y negra abaya
y un trozo del azul
de las noches de Arabia
que su luna me ha prestado
para poderles contar.
Era un lugar yermo,
pobre y olvidado,
donde con seis camellos
los beduinos viajaban,
tomando turno en sus lomos,
atravesando desiertos
en busca de ese sueño,
para un día escribir
una mágica y digna historia.
Cien palmeras rodeaban la tribu.
De piel de camellos,
o pelos de cabra,
sus casas forradas.
Esposas y niños
en larga espera sufriendo,
mientras ellos
en la mar o el desierto
morían,
en busca de perlas,
de granos y agua.
Era un día nublado y frío,
cosa rara por aquellos lados
y como siempre
algunos hombres valientes,
con la aurora al mar se adentraron
a buscar esas perlas de oriente,
y poder mercadear
negras telas, los granos, las frutas
y un poco de bisutería
a través del Medio Oriente.
Muchas lunas y estrellas pasaron,
tormentas y candentes soles,
oraciones al cielo quedaron
en la arena y el agua embargadas.
Esta vez, los valientes no regresaron.
Dice, de entonces, la historia,
que el Golfo de Arabia cobraba
con vidas,
las Perlas de Bahréin
que bien los hindúes lucían.
Fue así que Zayed, hombre fuerte,
jefe,
padre y esposo,
dijo: ¡NO!
No más vidas
no más trueques.
Dame Alláh, un poco de suerte
y alivio para esta mi gente.
Otras lunas pasaron de largo
y los soles secaban el llanto.
Los camellos seguían llevando
siempre en turnos y cansados,
pocas perlas, poco canto
a través de los desiertos
a beduinos arropados y descalzos.
Era un día que este hombre,
dicen los cuentos de antaño,
bajo lumbre de tímida luna
sintió el roce de un metal extraño,
cuando bajo una palmera
aquella noche,
—como cada noche—
se postró a orar y a bordar
la visión de su propio sueño.
Inclinando su cuerpo cansado,
desentierra el objeto encontrado:
una lámpara casi oxidada
por la arena, la sal
y los años.
Sale a flote y entre sus manos
la sacude, la observa
y extrañado,
a su pecho la acerca;
y al rozarla,
aquel genio —por siglos atrapado—
salta y ríe a carcajadas.
Y Zayed,
perplejo pregunta: ¿Quién eres
y cómo ahí has entrado?
Aladino le cuenta su historia
de cómo, hace siglos pasados,
encontróse la lámpara,
la magia, la concesión de deseos
y la traición de aquel genio
que inmisericorde lo atrapa
a cambio de libertad.
Eres tú Zayed, Aladino;
yo, el genio que traigo regalos,
pide tres que poderes yo tengo
y lo que pidas
te será otorgado.
Tres deseos me quedan todavía,
precio tienen, yo lo pagué.
Mas si quieres seguir liderando
deja uno guardado
para el próximo soñador.
Quedas libre, Zayed, quedas libre.
Y yo, en la magia de ese oscuro encierro
quedaré muy contento esperando.
Dos deseos serán suficiente,
a mi gente le debo refugio,
alimentos, camellos
y vidas y un poco de esperanza
de saberlos unidos, triunfantes
y que siempre haya luz en sus almas.
Aladino sonríe, lo abraza
y le dice: te concedo un futuro radiante
para esta tu tierra olvidada.
Oro negro brotará de su arena
y riqueza infinita tendrás.
Rascacielos definirán tu horizonte
y la Mesquita más hermosa
tu nombre llevará.
Será este destino famoso
bajo el sol de este mundo
y de otros y otros más.
Y la unión de hermanos
de Arabia
bajo tu nombre tendrá lugar.
No habrán perlas, ni camellos,
y bajo una misma bandera
La libertad ondeará.
Y así fue cómo Zayed,
al amanecer,
le contó a su gente
lo que había sucedido.
Y toda la tribu
se arrodilló en la arena
para agradecerle a Alláh.
Y estando yo sentada,
bajo una palmera,
en mi viaje a Abu Dhabi,
agachando mi cuerpo cansado
por el calor infernal
de aquel mágico lugar,
sentí el roce de un extraño metal.
Desenterré el objeto encontrado y
una lámpara casi oxidada
por la arena, la sal
y los años,
sale a flote y entre mis manos
la sacudo, la observo
y extrañada, a mi pecho la acerco
y al rozarla
aquel genio —por siglos atrapado—
salta y ríe a carcajadas.
Un deseo me queda, me dice;
un precio tienes que pagar.
Bajo el sol que acaricia las dunas
y las aguas
del inmenso mar,
bajo el cielo estrellado de Arabia,
Aladino tiene que esperar.
Un deseo y un precio
preciso.
Ten paciencia me dijo al dudar.
Anda y piensa
y pregunta
y regresa
cuando tengas que regresar…
Abu Dhabi, 22 de agosto de 2010.