“El poeta y la paz” desde mi prisma
ME encuentro una vez más, leyendo “El Poeta y la Paz”; un poema extenso, un libro extraordinario, donde el poeta Max. L. Lacayo, nos lleva a recorrer la historia de Nicaragua hasta llegar a la realidad actual. Es mágico, sorprendente y profundo.
Y al decidir el enfoque específico para comentarlo, no encuentro otro camino más que el de dejar que las emociones guíen mi pluma y expresen espontáneamente lo que sale del alma. Como nicaragüense, que sea entonces el corazón el que escriba, porque jamás llegaría a las hondonadas que el poema encierra.
Distingo, brillando fuerte, un grito de denuncia, de melodía desgarrada y un genuino deseo de practicar la paz. Y no puedo dejar de evocar aquellas palabras de John Milton, plasmadas en su prólogo de su extensísimo y maravilloso poema “El Paraíso Perdido”, cuando a su propio estilo se refiere:
“La rima no es un complemento necesario ni un verdadero ornamento del poema o el buen verso, especialmente en las obras más extensas (…) Este abandono de la rima no ha de tenerse, pues, por un defecto (…) sino más bien considerarse como un ejemplo, el primero en inglés, de la antigua libertad recuperada para el poema heroico”.
No podría haber encontrado mejores y mas acertadas palabras, que estas citadas anteriormente para describir el estilo que usa Max L.
Lacayo en su poema. De cómo el poeta, con su arte mágico y único que le impregna a su pluma, rescata la melodía de los versos de las fauces de la prosa y cómo la prosa vuelve a invadir los octosílabos que se asoman esporádicamente y que casi siempre, como anunciando la visita de la prosa, se rompen con un verso de siete sílabas: “El sol descendía lento/ Pesado entre sus pesares,/ Absorto en su grandeza,/ Anaranjado de penas”.
El estilo a su vez, coincide con nuestra historia de paz y armonía (cuando hay rima o musicalidad), como en estos versos, donde la musicalidad es rescatada en toda su dimensión: “Desposa a Remisol./ Dando a Granada/ Cuarenta días, cuarenta noches/ Para crear mitos,/ Concebir leyendas,/ Dejando correr la imaginación./ Se cuenta que ese día/ Nacieron cien poetas/ Y esa misma noche/ Se concibió a otros cien”.
Y cómo su pluma se rebela, cuando describe tiempos de guerra y caos, o la triste realidad (invasión de la prosa, que rompe la melodía): “Los caudillos nicaragüenses/ “Siempre listos a despedazarse”,/ Como lo dice la historia./ Fijados a la indiferencia,/ Desentendidos de la razón/ Y consecuencia de la lucha”.
Pero igual que en nuestra historia, cuando los héroes que la salpican de vez en cuando la salvan, así el poeta sale al rescate de la melodía y suavizando los acordes de su pluma, nos entrega muchas estrofas como esta: “¿Qué le queda a Nicaragua?/ Un poeta cantando solitario,/ Una musa que plagiada languidece./ El espejo de la historia destrozado,/ Cada quien reflejado en un pedazo”.
Y así, con arpegios ascendentes y muy variados, Max L. Lacayo nos presenta un magnifico legado, donde el grito de paz se encumbra alto y triunfante de igual manera que lo logra en la totalidad del poema.
Con esperanza y optimismo nos vuelve a elevar: “También queda una Nicaragua viva./ No un paraíso totalmente perdido./ Montañas de mil y una esmeraldas,/ La naturaleza, reclamando hegemonía./ Queda oportuna, intacta el ánfora de Pandora”.
Y continúo recorriendo esas calles a veces pavimentadas, otras empedradas sin parar, solamente de vez en cuando recuerdo que en la primera estrofa, sentí curiosidad de escandir cada sílaba, cada verso, cada punto y cada coma. A medida que me adentro en este mundo que el poeta nos presenta, realizo que no importa de cuántas sílabas están conformados los versos ni de cuántos versos se conforman las estrofas, no, porque lo que me absorbe hasta el final, sin parar ni tropezar, es ese fluir de anécdotas y fragmentos de historia que el poeta entrelaza ávidamente.
Entonces me olvido de medir, simplemente me encuentro delante de una obra extraordinaria. Con su pluma magistral, con lenguaje fuerte a veces y a veces sofisticado, Max L. Lacayo rompe los esquemas de toda cosa escrita en Nicaragua hasta hoy, recreando los recovecos mas indómitos y rebeldes de nuestra idiosincrasia: “Los valores del espíritu,/ El comportamiento social/ De dos razas encontradas,/ Las penas que los azotan,/ Las fuerzas que los redimen,/ Su mística filosófica”…
Nos presenta habilidosamente y colmado de arte, de cultura, de un derroche de conocimientos y gran investigación, un compendio de historia, pero no de historia convencional, no, de esa ya han escrito demasiado, sino que yendo más allá de la imaginación y de la realidad que nos afecta, nos brinda un relato extraordinario de las vicisitudes que han influenciado nuestra manera de ser, del por qué de esos espíritus rebeldes y guerreros que nos han llevado a la confrontación con nuestros propios hermanos, año tras año, siglo tras siglo, periodo tras período, logrando retratar el alma de nuestra propia historia: “Igual que un mes atrás,/ Doce meses o cien años./ Las pasiones, por sí solas,/ Alumbraban el sendero,/ Ignorando experiencias/ Y los dolores de antaño”.
El poeta nos cuenta en este recorrido, de mil fragmentos de honores y de glorias, de conflictos y guerras y de ojos grandes que afectan a un rey, de danzas y mezclas, de planes malévolos y de una iglesia que impone su voluntad bajo el estandarte de la conquista. Nos cuenta de supersticiones, de profecías y de pesares, de destinos claros y mas oscuros, de suertes insidiosas y sonrisas puras. Y así, olvidándome de que si es un poema o un relato, entro al presente, como si hubiera viajado en una cápsula del tiempo y de nuevo, me sorprendo al encontrar el propósito mas noble y perfecto como es el que a su título le hace mérito. El poeta, luego de contarnos con angustias de su alma, los pesares y las circunstancias que nos hacen ser lo que realmente somos o dejamos de ser, se presenta con el alma en vilo y luego de desgarrar los velos que cubren la realidad de nuestra existencia, se postra a los pies de algún Cristo Único e implora La Paz…y entonces me lleva a recordar a Albert Einstein cuando alguien le pregunta: “sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica” y él sin dudar un instante responde “la mejor de todas: La paz” El Poeta y La paz, es un poema que bien nos podría recordar a La Divina Comedia de Dante o al Paraíso Perdido de John Milton o algún majestuoso canto como El Canto a la Argentina de Rubén Darío. Con su estilo único y su relato propio y original, Max L. Lacayo nos lleva por los recovecos de esas calles empedradas rústicamente o eficientemente pavimentadas, hasta hacernos recordar que poseemos esa arma poderosa e invencible que se llama paz. Esa paz que él está convencido es lo único que nos puede salvar y para destacar con brillantez absoluta el propósito de su visión, hace énfasis especial en los siguientes versos, usando un lenguaje menos poético, más real, más de hombre de negocios o de jerga financiera: “Estables niveles de abandono/ Sostenimiento cuantitativo del desastre,/ Constante crecimiento de los polos,/ Desarrollo continuo del terror”,
Entre rimas y prosa encuentro una especie de exhortación, sostenida por un grito de esperanza y una exclamación nostálgica, donde apreciamos un mensaje sublime y patriótico, que me inspira a pensar que la paz es un acuerdo entre las almas para reafirmar que esta no es una opción, sino un estado del alma que todos poseemos y debemos de ejercer, para recordarnos que la paz es el vuelo de libertad de los pueblos que cobijan su suelo bajo una misma bandera. En estos versos desgarradores y exentos de la poética tradicional, desborda su pluma para ubicarnos en la desnuda realidad:
“Si por justas razones se habla de lo universal/ La paz es última palabra de la globalización./ Y por la moral que concierne a natura,/ Es de Inglaterra, España y los Estados Unidos/ Obligarse a Nicaragua, en liga por esa paz”.
Caprichosamente, los versos se achican y se expanden, dependiendo de la furia que se escapa de su razonamiento o de la esperanza que invade su alma hasta llegar a plasmarla en papel, o como al comienzo cuando nos describe el paisaje, sereno y anaranjado donde todo pareciera encerrar algún indicio de sosiego.
Su pluma, se alza al mínimo descubrimiento de paz o de guerra y así, encontramos una tremenda variación de expresiones e inspiraciones que han sido a propósito para que nada de lo que quiere contagiarnos, quede sin ser expresado: “Paz sin armas. Paz y no una simple tregua./ Oh épico escenario, Oh poeta solitario./ Tenaz empeño en rescate de su musa, su nación”.
O lo dice con el alma, o lo dice con sus octosílabos, o bien con anécdotas o imágenes fantásticas y reales de bellas indias o españolas de moña…Pero nada, nada, al Poeta, le ha quedado olvidado, porque lo que no escribió, es porque nos lo dice con la rebeldía de su pluma o la sumisión estética de sus versos.
Un excelente legado que Max L. Lacayo nos entrega desde su alma de poeta. Bueno para estudiarlo en innumerables materias y arte: Filosófico, social, emocional, antropológico, literario. Un poema que me sorprende por su originalidad y profundidad, donde “La rima no es un complemento necesario ni un verdadero ornamento” y añado yo, que tampoco la métrica en El Poeta y la Paz, ha sido necesaria para que Max L. Lacayo nos entregue este Opus Magnum, que estoy segura trascenderá.
http://old.latribuna.hn/2011/09/25/el-poeta-y-la-paz-desde-mi-prisma/
Lourdes Chamorro César.
25 de septiembre de 2011.