De tumbas y epitafios

by lourdeschamorrocesar

¿Dónde queda Juan Mendoza? ¿Y dónde la Mariita Carranza? ¿En qué tumba escribieron: Te echo tierra para que nunca jamás podás salirte de ahí? ¿Y dónde el epitafio?: Grande hice el hoyo, para que cuando yo muera, me entierren cerquita de vos y no sienta nunca el frío…

En días como hoy, Día de Todos los Santos, por muchos años nos vestían de domingo y desde las diez de la mañana, nos encaminábamos al cementerio. Era como un día de picnic, al menos así lo siento hoy. Recuerdo que generalmente nos vestían de blanco y con la Mimi (mi abuela) y la Teresa (la nana) y una canasta de sandwiches de relleno de pollo algunos y otros de queso de crema molido con chiltomas verdes y algún refresco en thermos que regresaban quebrados, llegábamos como en procesión. ¡AH! Que no se me olvide mencionar la cantidad de flores, especialmente de color amarillo que desde el día anterior esperaban también el Día de Todos Los Santos.

Era un día largo, quizás el más largo y soleado del año. Y cuando llegaba finalmente el mediodía, después de haber rezado un rosario con mucha devoción, la Mimi regresaba a la casa y nosotros quedábamos con la Teresa y Orlando (el conductor y hombre de confianza), acompañando a nuestros difuntos. Era a partir de ese momento que nuestro ingenio e inocencia, nos hacía inventar juegos silenciosos (para no faltarle el respeto a los muertos) y así ayudar a que el día pasara un poco menos lento.

Mis hermanos mayores, inventaban los juegos y eran los jueces; con papel y lápiz en mano, nos mandaban a buscar algún nombre desconocido (que ellos habían escogido desde antes) entre las tumbas que quedan en la periferia del cementerio. También jugábamos a quien encontrara el epitafio más original, o el más desamorado o el más elaborado…¡Y teníamos que aprenderlos de memoria, con el nombre del muerto y las fechas!. Quien regresara primero con el triunfo en la memoria, se hacía merecedor de una cajita de chicles Adams o de un caramelo de bola.

El reloj caminaba lento, lento…y nosotros, entre rezos y juegos, entre tumbas y vivos, entre flores y lágrimas, permanecíamos en el cementerio, hasta que el sol desaparecía detrás de la imponente cruz de mármol, que adorna el mausoleo de nuestra familia y ya con las canastas de viandas vacías, cansados y la ropa dominguera sucia y desarreglada, regresábamos contentos, por haber acompañado a nuestros muertos, especialmente a nuestra madre.

Hoy, primero de noviembre, recuerdo esos juegos de infancia. Recuerdo que por necesidad de sentir el día menos largo, aprendimos a caminar entre las blancas tumbas sin pisarlas. Recuerdo que aprendimos  de memoria el nombre de cada residente del cementerio de Granada, cada mausoleo con su posición exacta con referencia a la puesta del sol y de cada tumba su epitafio. Recuerdo a cada uno de mis seres amados que partieron antes que yo ¡cómo olvidarles!… Hoy, en memoria de todos ellos, elevo una oración y un pensamiento al cielo.

Lourdes Chamorro César.
Primero de noviembre de 2010.